El cuento de los cincos concejales desobedientes

José Manuel Rubín SIETE DÍAS, SIETE VOCES

FIRMAS

12 ene 2014 . Actualizado a las 06:00 h.

Se arregle como se arregle (decía Maquiavelo que «viejas ofensas no se borran con beneficios nuevos»), el conflicto urdido por cinco concejales díscolos (desobedientes, según la RAE) del Concello de Ourense, ya ha logrado su minuto de gloria en la pequeña historia de la política de traiciones e intereses. El lío habría que contarlo en clave de cuento. Y no por el que le echan Rodríguez Penín, Mónica Vázquez, Susana Bayo, María Devesa y Alfonso Vilachá al defender su acción. Habría que contarla como un cuento para, al igual que en los infantiles, sacar una moraleja. Así empezaría el de los cinco concejales desobedientes: «Érase una vez una pequeña ciudad conocida como la vieja Auria. En ella había un gobierno minoritario del PSOE que un día se fracturó. Cinco ediles se indignaron porque los otros seis no le permitieron a un amigo compatibilizar el cobro de 8.000 euros en la Universidad con los 69.000 que recibía del Concello. Querían que su camarada (a la sazón sindicalista de la CIG) estuviese mejor pagado que el alcalde (67.823 euros), que el titular de la Xunta (76.765) y solo unos euros por debajo del presidente de España (78.185). Los ediles leales al pueblo (miraban por el bolsillo de los contribuyentes y no por el del amigo), impidieron la operación. ¡Hasta aquí podíamos llegar!, gritaron los cinco díscolos a los que tan sólo les faltó argumentar que ¡en la tierra del amiguismo hacemos lo que queremos! Abandonaron el pleno, llegaron tarde a otro, dejaron de asistir a reuniones, comparecían ante los medios al margen del gobierno y, en definitiva, se divertían siendo un verso suelto en la unidad del grupo socialista. El alcalde, que a pesar de su pusilanimidad, parecía decente, dio un puñetacito en la mesa y en lugar de destituir a los cinco (con lo que le ahorraría al Concello las dedicaciones exclusivas de Susana Bayo, 59.273 euros, y María Devesa, 56.519), se limitó a retirar a Rodríguez Penín (60.187 euros) como supuesto líder de la banda. El enfado subió de nivel. ¡Ya no era el bolsillo de un amigo sino el propio! Los cinco exigieron al alcalde que le devolviese la mamandurria a Penín y como el regidor mantuvo su criterio, los díscolos acudieron a los amigos del comité provincial del PSOE que ordenó restituir al defenestrado olvidando que los ediles (y el alcalde es el primero) no están sometidos a mandato imperativo (ni del PSOE ni del sursuncorda) y que son dueños únicos de su acta para bien y para mal. Viéndose apurados, llamaron al primo de Zumosol en la calle Ferraz de Madrid y?».

Así seguiría el cuento de unos ediles que quedarán (¿o no?) reforzados ante el PSOE pero tocados ante los ourensanos.

Los díscolos olvidaron, y ésta podría ser la moraleja, que la lealtad es el más sagrado deber del ser humano y ellos fueron desleales con el alcalde que habían elegido, con los ciudadanos que les pagan y con la capital que representan.