«Nací en la España medieval»

FIRMAS

José Pardo

El pintor Secundino Rivera (O Barqueiro, 1932) restauró el edificio levantado por su bisabuelo y lo convirtió en su hogar. En 1955 emigró a Venezuela y hoy vive entre Caracas y su molino de viento

14 sep 2023 . Actualizado a las 18:44 h.

Desde niño, Secundino Rivera (O Barqueiro, 1932) tiende a «congelar el tiempo». Tal vez por ello se decidió a restaurar el molino de viento que su bisabuelo había levantado en el siglo XIX en este pequeño pueblo del litoral mañonés. «Le costó 5.000 pesetas, llave en mano; lo construyó en sociedad con un primo que lo jugó a las cartas y lo perdió. Mi abuela compró las partes de sus siete hermanos, pero uno no quiso vender. Mi madre y mi tía me lo legaron y compré lo que faltaba, quería hacer un estudio para poder pintar», relata.

Secundino heredó una ruina. Su abuelo había emigrado a Estados Unidos para ganar algo de dinero y electrificar el viejo molino. «Lo consiguió, pero al volver enfermó mi tío, una zapatero genial, y tuvo que hacer un segundo viaje... pero se murió allá». Y el nieto, que de niño desmontaba las ruedas para hacer carrilanas y lanzarse «por la única calle del pueblo», logró persuadir a María, propietaria de un molino de viento idéntico, en la Vila de Bares, para que le vendiera la maquinaria. Entre 1973 y 1974 lo rehabilitó -«funciona, solo hay que colocarle el timón y las velas para obtener la molienda»-. Después lo acondicionó y aquí reside, por temporadas.

El resto del tiempo, que para él se resiste a transcurrir, vive en su casa de Caracas, con su mujer, caraqueña, y su hija, adolescente y autora de poemas que él reproduce, como algunos párrafos completos de El Tratado de la Pintura, del «maestro» Leonardo da Vinci, que estudió en París. Secundino nació «en la España medieval». «El maestro Pigueiras se iba en su moto ruidosa y nos dejaba en la escuela pintando... copiaba reproducciones pobrísimas de cuadros de Goya y Velázquez y estampas japonesas que había en casa».

Tenía cinco años cuando fusilaron a su padre; era el primogénito y acompañaba a Viveiro a su madre, dedicada al estraperlo. «Volvíamos a pie por la vía del tren, escapando de la Guardia Civil; desde entonces le tengo pavor». A los 13 años tuvo que dejar las aulas, «una catástrofe». Trabajó de cocinero y en el aserradero y en 1955 adquirió un pasaje por 12.000 pesetas, que su madre pidió prestadas (no tardaría en devolvérselas), rumbo a Venezuela, en las bodegas del carguero italiano Auriga.

En Caracas diseñaba carteles publicitarios (llegó a tener su propio taller de decoración) y empezó a estudiar pintura en el Taller Libre del Arte. «Gané un poquito de dinero y me fui a París». Seis años de copista en el Louvre, sin faltar ni un solo día a la Escuela de Bellas Artes y a las Escuelas de la Villa, el fervor de Mayo del 68... hasta que enfermó, extenuado, y regresó a su otro país, el que ha retratado «de un extremo al otro, hasta la Gran Sabana, en la frontera con Brasil», donde se construyó una casa, «por la ilusión...».

«Haberme seguido a mí mismo en mi vocación, de eso sí puedo presumir... mi inclinación por el arte». Pintor y escultor de prestigio en Venezuela, ha expuesto en Galicia y Madrid (Olmeda es otra referencia biográfica, junto a A Seara, en O Courel, donde nació su padre). Indignado «con los banqueros, los abusos de eléctricas y petroleras... en esta España rica, siempre empobrecida, en manos del capitalismo rentista», que nadie ha retratado, dice, como el Quijote. Con 80 años y la emoción del aprendiz, seducido por la luz y el color, pinta para ganarle la batalla al tiempo, al pie de las aspas del viejo molino.