José Pereira, un sacerdote admirable

La Voz

FIRMAS

Por Gerardo González Martín

04 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Nacido en San Paio de Alxén (Salvaterra-Pontevedra), el 30 de agosto de 1936, José Ramón Agustín Pereira Pérez (el padre José Pereira) ejerció su magisterio durante casi tres décadas en Vigo, repartidas entre Cabral y el centro de la ciudad. Se ganó el respeto de todo el mundo y la admiración de cuantos le trataron. Los últimos años convivió con un cáncer, que incluso le trataron en Houston -«voy a tener que aprender inglés», decía-, hasta que falleció el 19 de julio de 1996 en el Hospital Meixoeiro cuando era canónigo, vicario episcopal de Pastoral y párroco de Santa María de Vigo (concatedral).

Había ingresado en el seminario de Tui en 1948, se ordenó sacerdote en junio de 1960, en la capilla conventual de la Compañía de María (la Enseñanza) y luego tuvo diversos destinos en San Cristóbal de Mourentán, San Lourenzo de Belesar, San Martiño de Borreiros y Santa Cristina de Valeixe, hasta que el 4 de noviembre de 1969 fue nombrado párroco de Santa Mariña de Cabral y al tiempo arcipreste de Vigo-Lavadores, cargo que ejerció allá por los setenta durante más de una década.

En Cabral adoraban a aquel curita, probablemente porque sabían que él tenía predilección por la parroquia. Mucho después de dejar el cargo aún se le veía en un bar ya desaparecido, jugando la partida con vecinos que no todos cumplían los preceptos de la iglesia.

Uno de sus buenos amigos en la parroquia era Manuel Pérez, luego alcalde de Vigo, que cuando era un muchacho estudiante y se dedicaba en verano a ayudar a sus padres repartiendo pan, se encontró un día con un doble pinchazo en su furgoneta. El cura Pereira le dejó la rueda de repuesto de su Dos caballos, y ante las protestas del muchacho, porque el sacerdote quedada en situación de riesgo, respondió: «Dios proveerá». Años después, cuando a don José se lo querían llevar para Santa María, temía que sus padres no estuvieran a gusto en el centro y consultó a Pérez, ya adulto: «Dios proveerá», le respondió el que luego sería regidor del PP. A los dos les unía una gran amistad y un cariño muy especial hacia sus padres.

En Cabral se decía que si el cura Pereira hubiera tenido alguna licenciatura, habría llegado a obispo. Llegó a la parroquia de Santa María en 1982. Fue confesor ordinario del Seminario Menor de Tui así como formador espiritual y pastoral del Seminario Mayor de Vigo y en la década de los ochenta delegado episcopal para el servicio del clero.

Durante un largo período fue consiliario diocesano de Cursillos de Cristiandad y trabajó también para el movimiento matrimonial Equipos de Nuestra Señora. Una pareja vinculada a esta organización, a través del equipo Vigo 20, José Vidal Escobar y Tita Veiga, que convivió mucho con él se asombraba de que lo conociera todo el mundo, fuera en un bar o en el aeropuerto, y para todos tenía un trato especialmente cordial.

A finales de febrero de 1982 era nombrado ecónomo de Santa María de Vigo, donde pasó a ejercer como párroco en diciembre de 1988. En muy poco tiempo conoció el afecto del pueblo cristiano e incluso del que no lo era, como antes había ocurrido en Cabral. Todo el mundo apreciaba sus virtudes. En abril de 1983 era nombrado canónigo y poco después arcipreste de Vigo-Centro, hasta llegar a un órgano importante, como era el Colegio de Consultores, del que sus superiores le designaron miembro. En octubre de 1989 pasaba a ocupar la vicaría de Pastoral, en la que se mantuvo hasta el momento de su muerte. También impartió clases de Religión en diversos centros, entre otros el prestigioso Rosalía de Castro.

Su muerte, después de sufrir ejemplarmente y durante algún tiempo un cáncer devastador, coincidió con la presentación en la concatedral del nuevo prelado, monseñor Diéguez Reboredo, ahora obispo emérito.

«Un hombre de los pies a la cabeza», dijo de él Juan Manuel López-Chaves Meléndez, que estuvo bastantes años al frente de la Cofradía del Cristo de la Victoria. En la homilía del funeral del padre Pereira, el obispo Cerviño, fallecido recientemente, dijo que era «amable con todos, especialmente con los sencillos», así como «pastor amigo de todos, servidor de todos».

Este hijo de Salvaterra, muerto joven, cuando acababa de cumplir 60 años, sembró a su paso por la tierra y recogió el fruto del respeto, la admiración y el cariño de muchísimas personas que aún le recuerdan.

gegonma@gmail.com