Siempre quiso ayudar a los demás y por eso lleva 20 años trabajando en países en guerra, con epidemias o catástrofes
27 sep 2012 . Actualizado a las 07:00 h.En algunas de sus misiones ha estado rodeado de más muertos que vivos, y confiesa que más de una vez ha pasado miedo por estar en medio de tiroteos y bombardeos. Sin embargo, José Antonio Bastos (Jaca, 1961) no se ha arrepentido nunca de comenzar «mi idilio» con Médicos sin Fronteras, organización que preside desde el año 2010. Esta tarde, a las 20 horas en la Barrié, hablará de todo esto y de mucho más en un diálogo abierto con el escritor Manuel Rivas.
-¿Cuándo decidió que lo suyo era ayudar en los países en guerra, con hambruna...?
-Lo decidí cuando empecé la carrera de Medicina, porque me interesaba hacer algo especial con mi profesión, era algo un poco romántico, a medias entre médico de pueblo y médico en África. Tuve la suerte que donde hice prácticas, el Hospital de la Cruz Roja de Madrid, se encargaba de la asistencia médica a los poquitos refugiados que había, pero que me permitió conocer iraquíes, iraníes, coreanos, argentinos... Un buen grupo de gente de distintas partes del mundo donde las cosas no iban bien. Al acabar la carrera, me repasé todas las asociaciones de voluntariados, y cuando encontré Médicos sin Fronteras, me dije: «Esto se parece mucho a lo que a mí me interesa».
-¿Cómo fue su primera misión? ¿Fue muy dura?
-No, al revés. Fue una luna de miel. Yo tenía el impulso de querer ayudar a los demás, y siendo médico mucho más. Entonces cuando por fin pude ir a ayudar a los refugiados en Kurdistán, me encontré a una gente en una situación catastrófica a la que le hacía falta ayuda; y lo segundo, encontré que la organización de Médicos sin Fronteras allí era muy, muy eficaz, muy estandarizada, era un sistema muy bien pensado y organizado. Era mi sueño hecho realidad, por fin podía hacer algo con mucho impacto, con mucho esfuerzo y en un contexto en el que solo estaban los refugiados sin la guerra, algo que luego fue cambiando en otras misiones.
-¿Qué pasó luego?
-Al principio era todo muy muy inocente. Era como si yendo a un sitio con muy buenas voluntades saliera todo bien. Pero luego estuve en Somalia con la hambruna, en Bolivia en una epidemia de cólera, en Angola en mitad de la guerra, en el genocidio de Ruanda... Fue como irme adentrando progresivamente en el lado más oscuro. Empecé a darme cuenta de que había otros lados de perversión y atrocidad.
-¿Qué es lo peor que ha vivido?
-Sin duda, lo peor que he vivido y que ha vivido la humanidad reciente es la existencia del genocidio de Ruanda y cómo el mundo entero consiguió ignorarlo. Ha habido muchas situaciones de crueldad, pero lo de Ruanda fue una decisión de exterminar a un grupo étnico de más de un millón de personas, y cuando se pusieron a hacerlo en tres semanas casi lo habían terminado, y además baratísimo, porque fue a machetazos. Me pareció horrible en sí y horrible cómo el mundo civilizado, todos los compromisos de Naciones Unidas, no hicieron nada. Lo peor llegó con la segunda guerra del Congo, donde nos encontramos más fosas con muertos que enfermos, y donde el ejército de Cabila nos usó como cebo para atraer a gente que luego masacraron.
-¿Cómo se llevan las misiones cuando los afectados son niños?
-Como médico te acostumbras a que la gente se tiene que morir, tienes una tolerancia racional a la muerte y puedes encajar mejor ciertas situaciones. Con los niños es muy diferente, y con los niños en las hambrunas más, yo todavía no he podido digerirlo, se te resquebraja algo por dentro.
-¿No le afecta trabajar rodeado de tantas miserias y muertos?
-Sí me afecta, no hay ninguna vacuna para que no te afecte. Regularmente te vienes abajo, pero tenemos un servicio de salud mental para apoyarnos. Es muy desagradable estar en medio de un tiroteo, que te exploten bombas alrededor, pero tienes el lujo de saber que en dos meses vas a volver con tu familia a España, y que la gente que se queda allí seguirá en esa situación.
-¿Alguna vez pensó en tirar la toalla?
-No, hasta ahora no. Cada uno tenemos nuestras preferencias personales y vitales, y a mí esto me ha atrapado mucho.