El alquimista de Gundivós

FIRMAS

VÍTOR MEJUTO

Con barro, fuego y resina se forja una cerámica ancestral y única. Un joven de Sober guarda una parte de la memoria histírica de cientos de generaciones

31 mar 2012 . Actualizado a las 10:17 h.

Sobre el empedrado del patio de la imponente rectoral de Gundivós, Elías prende el fuego como por encanto. Pero no hay truco. Un leve golpe de mechero y el matorral, seco como el alma de Judas, pasa en un segundo del pardo al rojo y a la llamarada: «Aquí chamámoslle carqueixa», explica Elías González, hombre de 38 años y pocas palabras, refiriéndose al combustible, el único que utiliza por su enorme poder calorífico. Eso le obliga a atizar el horno constantemente, «pero así tamén limpio o monte».

Y el jarro, producto estrella de esta artesanía milenaria, vuelve al fuego. Ligado a su hacedor por una vara metálica, la pieza adquiere temperatura mientras se vuelve negra, el color que la define desde tiempos inmemoriales. Elías suda; el viento le revuelve la llama y el jarro abandona el tormento. Le queda el baño de pez, que inunda de olor todo el entorno, y una vida infinita que solo truncará un buen golpe, nunca el uso. Objetos sin obsolescencia programada.

Por el patio de la no hace tanto arruinada rectoral, que hoy luce impresionante como centro oleiro, se acumulan ámboas, escurrecubas, copones y, sobre todo, xarros; grandes y pequeños. Este fin de semana se celebra en Sober la Feira do Viño de Amandi y el taller del último alfarero de Gundivós hierve.

En medio del lío llega un grupo de turistas, media docena, y Elías llama a su madre para que les haga el tour por los talleres y el museo, el orgullo de este chaval que escuchaba fascinado las explicaciones de Agapito González, el viejo maestro con el que parecía que se iba a terminar todo hasta que Elías sintió la llamada del barro de Gundivós, de su pueblo, y sintió la responsabilidad de mantenerlo. Recuperó la rectoral y se subió en el impulso del turismo rural que abrió el florecimiento de la Ribeira Sacra. Hoy es un punto de visita obligado.

Guardián de la arcilla

Aquí no se sirve a domicilio. Si quiere un xarro lo más probable es que tenga que ir allí a comprarlo. Elías cree que es preciso saber la historia y presenciar la alquimia antes de poseer del objeto, idéntico al que se usaba en los tiempos que ya nadie recuerda. Las escurrecubas, presentes en todas las viejas bodegas de la ribeira; cántaros y olas que guardaron las matanzas que salvaron del hambre a los antepasados; mieleras, con sus cornisas sobre la que se deposita un mínimo canal de agua para atrapar a las hormigas... una parte de la memoria popular.

Aunque Agapito aún vive, Elías es ahora el maestro. Enseña a dos rapaces de la zona los secretos de la arcilla: «Pero eu quero que saquen ben os estudos e, se logo queren seguir con esto, adiante». Pero resulta difícil abstraerse del poder hipnótico del torno, dando sentido a la masa de barro. Este es un torno bajo, especial, impulsado con la mano, que seguramente los chavales miran con la misma fascinación que Elías. Larga vida a Gundivós.

EN Gundivós (Sober) UN Miércoles DE 15.30 a 17.30 horas