En medio del lío llega un grupo de turistas, media docena, y Elías llama a su madre para que les haga el tour por los talleres y el museo, el orgullo de este chaval que escuchaba fascinado las explicaciones de Agapito González, el viejo maestro con el que parecía que se iba a terminar todo hasta que Elías sintió la llamada del barro de Gundivós, de su pueblo, y sintió la responsabilidad de mantenerlo. Recuperó la rectoral y se subió en el impulso del turismo rural que abrió el florecimiento de la Ribeira Sacra. Hoy es un punto de visita obligado.
Guardián de la arcilla
Aquí no se sirve a domicilio. Si quiere un xarro lo más probable es que tenga que ir allí a comprarlo. Elías cree que es preciso saber la historia y presenciar la alquimia antes de poseer del objeto, idéntico al que se usaba en los tiempos que ya nadie recuerda. Las escurrecubas, presentes en todas las viejas bodegas de la ribeira; cántaros y olas que guardaron las matanzas que salvaron del hambre a los antepasados; mieleras, con sus cornisas sobre la que se deposita un mínimo canal de agua para atrapar a las hormigas... una parte de la memoria popular.