Pánico

José Varela FAÍSCAS

CABANAS

14 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo mejor fue el despertar: agitado, el cuerpo sudado, con temblores y escalofríos, espasmos y un sabor amargo en la boca, áspera como un secarral. En medio de la vorágine y el caos, la vigilia llegó como un bálsamo en aquel sueño apocalíptico y tumultuoso. Solo cuando recobró por entero la consciencia acertó a acumular valor para revisar la pesadilla. Incapaz de fijar el origen de la desquiciada sucesión de imágenes aterradoras, de manera remota y un tanto vaga, aparecía a intervalos la fotografía de la atestada playa de A Magdalena en Cabanas, tal vez otras anteriores de Silgar o de Doniños. Todo era muy borroso. Lo cierto y verdadero, que diría un político en el ejercicio de su pleno y cabal cinismo, era que el sueño lo había llevado al borde de la enajenación. Creyó que, por una súbita y colectiva conversión paulina, la totalidad de la población había resuelto no solo tramitar su licencia de pesca fluvial sino ejercer los derechos a los que esta da derecho. En su calenturienta mente se superponían escenas de hordas de pescadores dirigiéndose a los regatos de Ferrolterra, miríadas de cañistas en tropel en torno al río da Sardiña, el Freixeiro, el de Meirás, el de Aviño, el Maior de Pantín? Las muchedumbres inundaban los prados, las pistas estaban colmadas de coches y motocicletas, las corredoiras y congostras no daban abasto a un tráfico incesante. Solo Zola, en Lourdes, o Vargas Llosa, en La guerra del fin del mundo, alcanzaban a describir movimientos de masas humanas semejantes. Todos y cada uno de los participantes, dispuestos a lanzar el anzuelo al agua, apretujados en interminables filas a las orillas de los riachos. Qué espanto.