Ares bien merece que te pares

Cristóbal Ramírez

ARES

Cristobal Ramírez

Realizamos un recorrido por la localidad para desmentir el dicho popular

25 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En el Golfo Ártabro -más en Ferrol que en A Coruña- aún resuena el dicho «En Ares non te pares, en Redes non te quedes e en Caamouco para pouco». ¿Non parar en Ares? ¿Por qué? Un paseo por la localidad echa por tierra el supuesto valor de ese aforismo, que quizás nació por envidia de foráneos o quizás de una manera simplemente jocosa.

Desde Ferrol, la moderna vía conduce a Ares de manera rápida e impersonal. La vieja carretera, que serpentea desde la salida de Pontedeume y Cabanas, ofrece mejores vistas sobre la ría, con el monte Breamo de telón de fondo. Y la llegada a Ares es una invitación a detener ahí el coche, ante esa parte nueva que se extiende a la derecha y que nadie puede afirmar que posea personalidad o encanto alguno.

Todo cambia si se mira a la izquierda, porque ahí está el puente de Ciscada -así se llama el pequeño río que salva-, de un solo arco y reputado como romano, faltaría más. Los partidarios de esta hipótesis cronológica se agarran a que también allí mismo, más a la izquierda y en lo alto, hubo un castro del que poco queda, ocupado el territorio por viviendas unifamiliares. Pero en fin, la mayoría de los historiadores no fijan la antigüedad de la obra más allá de la Edad Media, y hablan incluso del siglo XVIII.

Todo el paseo que mira al mar, ancho y peatonal, animado por un cuidado parque infantil, invita a recorrerlo con pausa, admirando la punta que se mete en la ría, solar de una batería defensiva. En ese caminar, raro es quien no se hace una foto ante una muy curiosa escultura que lleva ahí poco tiempo: Os Amigos, de Miguel Couto. Antes es posible que se haya emocionado al ver el sencillo recordatorio dedicado a los vecinos asesinados por los nazis en Mauthausen.

Y al llegar al final se gira a la derecha. Está ante los ojos la iglesia parroquial de San Xosé, de enormes volúmenes y que se alzó ahí en el siglo XVIII (1721), con una remodelación a comienzos del XX. Curioso: a pesar de su tamaño, era filial de la pequeña, antigua y preciosa de Lubre (carretera de salida a Chanteiro, desvío a la izquierda) hasta que en el año 1868 se cambiaron las tornas. Un poco más allá se alza un edificio construido con el sudor que se dejaron en América los emigrantes.

Y de vuelta al coche, la opción es callejear, porque aquí y allá se encontrarán los últimos ejemplares de lo que debió de ser Ares hace un siglo. Casas marineras auténticas, algunas en excelente estado, cuidadas y hasta mimadas. Y ese núcleo antiguo se abre para dejar espacio a una plaza con la antigua Escuela de Niñas (hoy Casa da Xuventude) y al palco de música de mediados del siglo pasado.

¿En Ares non te pares? ¿De verdad?

La aventura. Llegar a la cima del castro cercano al puente.

La foto más personal. Con la escultura Os Amigos, de Miguel Couto.

El desafío. Descubrir las abundantes huellas de la religión evangélica.

El pasado. Ares es un destacado núcleo evangélico gallego desde 1916, con pastores ingleses como fundadores a los que se dedica una calle (aunque con sus nombres en español): Arthur y Elise Ginnings.