W.Churchill identificaba el valor, sobre todo, con la capacidad de escuchar. Me sorprendió leerlo y recordé que, en medio de la gente, e inadvertido, escuchaba su opinión porque necesitaba conocerla antes de tomar decisiones cruciales. Por eso tuvo el valor de cambiar su posición en la dirección que sugería lo que los ciudadanos consideraban lo mejor para Inglaterra. Especialmente cuando la nación estaba en peligro. El cambio de posición en la 2.ª Guerra Mundial salvó a Inglaterra y a Europa. Y, como ciudadana que no tiene la responsabilidad de un primer ministro, ni siquiera la de presidenta de una asociación de lucha contra, por ejemplo, los bulos, mi aspiración es modesta. Solo pretendo sugerirles que piensen en la diferencia entre escuchar y oír; en las ocasiones en las que nos cansamos de escuchar y desconectamos para ¡conectarnos al móvil! Algo que ocurre incluso en el Parlamento. Y ahora pienso en las familias, reunidas con sus móviles, en los mayores que viven su soledad con pocas ocasiones de ser escuchados o de conversar. Sé que se necesita paciencia y cariño para escuchar al abuelo al que le cuesta articular palabras o construir frases. Tira más ese mundillo de enardecidos altoparlantes que para «charlar un rato» buscan un bullicioso lugar en el que solo se oiga una música ambiental estridente para silenciar el sonido de las tormentas que acechan y olvidar a los poetas que alertan sobre» los muros de la Patria, ayer fuertes ya desmoronados» (Quevedo). Los otros ¿creemos que Churchill escuchó lo que opinaban los ingleses para tomar su decisión final. Yo sí. Por eso, pido menos monólogos y más diálogos.