Melancolía

José Varela FAÍSCAS

FERROL

24 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El verano trastabilló cuando estaba a punto de cambiar la guardia con el otoño, y unas lluvias inesperadas ajaron los higos de San Miguel, que ya venían remolones. La miel de los miguelitos fue escasa esta temporada, por esa agua caída con impertinencia al poco de coronar el envero. La higuera, acuciada por los aguaceros, hizo como esas ubérrimas vacas lecheras que tras un copioso ordeño derriban de una coz la vasija llena a rebosar. Desencanta, después de meses de lento crecimiento, ver tanta promesa disipada entre las grandes hojas palmeadas. Estragado el afán del goloso, habrá de quedar el consuelo del entomólogo: la cosecha este año aprovecha a avispillas, velutinas, moscas, polillas, hormigas y otros insectos que evolucionan entre la fronda a su gusto. Paciencia, y confianza en el próximo ciclo, tan lejano aún. Los higos miguelitos endulzan el vacío del remate de la temporada de pesca fluvial, y camelan la impaciencia por el afloramiento de níscalos y edulis. Un lapso que este año amargaron los chubascos. El agotamiento del verano lleva también al desmonte del palé convertido en plataforma entre el ramaje de la magnolia para mis nietas, Mariña y Antía. El enjaretado, trabado al árbol con cuerdas, botín del raqueo por la playa de Pantín, fue más que una tosca reja de madera desechable. Fue casa y aula, escondite y barco pirata, tienda de comestibles y restaurante, fue cofa y sala de estar. Un universo desmoronado y ya arrumbado en el garaje. Esperando nuevas risas. Esperando. Porque llegó el momento de aviar los pertrechos y regresar al cuartel de invierno, ahuecados como quizá hiciesen los montañeses al descender al valle desde alzadas estivales.