Ingenio contra descaro

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

17 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En la larga cola que se forma ante la oficina bancaria, coincido con un señor que me ayudó a soportar el frío de la mañana en una espera que me estaba tomando casi como una ofensa personal. Quince personas en fila india, tiritando de frío, mientras en la oficina había dos empleados: uno atendiendo al que le tocaba por turno, y el otro, atascado con un cliente en lo debía de ser una operación financiera de alta envergadura... O sea que, todos pendientes de un empleado. Mi vecino y yo coincidimos muy pronto en que esto es un abuso más de los que llevan cometiendo los bancos contra los miles de clientes que les entregamos nuestros ahorros. Para ellos no contamos. Cada vez que se fusionan dos, grandes o pequeños, las viejas sucursales, que tenían empleados de toda la vida con los que había cierta confianza para consultas y consejos, reducen el personal lo más que pueden. Cada vez más descaradamente, lo único que le interesa al banco, sea cual sea, es la búsqueda de beneficios, y una forma de hacerlo es reduciendo empleados, sustituyéndolos por máquinas. Sin importarles, claro, que los clientes nos estemos aquí congelando de frío. Y todo esto antes de las 11:30, hora en que muchas oficinas cierran la caja. No nos pagan intereses, nos cobran por ingresar un cheque, acabaremos pagando por el ingreso de la nómina y de las pensiones, nos fríen con el mantenimiento abusivo de las cartillas… Y aquí estamos, aguantando todo, incluido este frío en la cola humillante, sin que nadie se queje… Bueno, yo me quejo con el señor que me precede, que me da la razón y que, para rebajar el cabreo, con un humor muy gallego, me cuenta una historia que leyó en Internet, como un ardid apropiado para defenderse de la tiranía bancaria y de sus imposiciones.

Una señora mayor, pero muy espabilada, habla con el chico que la atiende en el mostrador del banco, le enseña su libreta de ahorros y le dice que quiere sacar 200 euros. El chico, muy amablemente le dice que en el mostrador sólo se pueden sacar de 600 euros para arriba. Si quiere los 200 tiene que sacarlos en el cajero, la máquina que está en el exterior del banco, a la entrada. La señora muestra su fastidio, pero no dice nada. «¿Usted tiene tarjeta?» «Sí, pero no la sé usar, se me hace muy complicado». El chico le dice que no se preocupe, que él la acompaña al cajero y que le ayuda. Pero la señora no se aviene a la propuesta y le responde que ella no quiere usar la tarjeta, que nunca lo hizo desde que el banco se la mandó sin que ella la pidiese. «Además, tengo que pagar comisión, hacer un número de compras al mes…, demasiado cara la tarjeta». El chico le dice que lo siente, pero que no puede hacer nada por ella. Las normas son las normas. La señora sigue sin moverse, pensando delante del mostrador, y le dice que lo entiende y que le dé 600 euros. El empleado hace un comentario de satisfacción, y le entrega esa cantidad, la mínima que se podía despachar en el mostrador. La señora, muy pausadamente, cuenta el dinero, aparta 200 euros, y le dice al chico: «ahora me ingresa usted en la cuenta 400 euros, que no necesito llevarlos». Este se quedó con cara de circunstancias, sorprendido en su desconcierto. Pero así lo hizo. Ella, con parsimonia, guardó los 200 euros, que eran los que necesitaba sacar, firmó lo que el empleado le mandó firmar, y se despidió con un «gracias, muchacho, por tu atención, que tengas un buen día». Así que, contra la avaricia, ingenio y astucia. Hay que defenderse.