Aquella carta escrita a lápiz

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

13 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque estos de ahora sean tiempos de hierro (¿y cuáles no lo son, en realidad...?), estoy absolutamente convencido de que tanto don Papá Noel como Sus Majestades los Reyes Magos volverán a visitarnos este año. Y que, como es natural, se acordarán, sobre todo, de los niños, que además de ser sus mejores y más sinceros amigos también son quienes todavía conservan la capacidad de verlos, o cuando menos de soñarlos. Llegados a este punto, he de confesar, y no sin cierto rubor, que a pesar de haberles escrito tanto, durante toda mi vida, a don Melchor, a don Gaspar y a don Baltasar, a Papá Noel no le escribí jamás. Ni siquiera durante mi infancia. Tal vez porque en los ya lejanos años de mi niñez, en un tiempo y en un mundo que ya no existen, él apenas venía por aquí. De hecho, en mi casa solo sabíamos de él porque mi madre solía colgar, en el árbol de Navidad -un árbol siempre coronado por una estrella de Belén que ella misma hacía con cartón y con papel de plata-, una figura que representaba a Santa Claus, vestido de rojo, muy sonriente y con una cuidada barba blanca. Pero el caso es que, incluso sin haberle escrito yo a él jamás, como les comentaba, Papá Noel sí me escribió a mí. Y no solo me mandó una carta, sino también un pequeño cuento (de aquellos troquelados que tanta aceptación tenían entonces), en el que creo recordar que salían unos perritos que hablaban entre sí. Lamento haber perdido también aquel pequeño libro. Pero me entristece, sobre todo, no tener ya la carta que Papá Noel me envió. Porque ahora releo con verdadera envidia, todos los años, en un volumen cuidadosamente editado, las que les mandaba a los hijos de Tolkien, en las que incluía unos maravillosos dibujos que además tenían la gracia de parecerse mucho a los que el propio autor de El señor de los anillos hacía de vez en cuando. De la carta que recibí, ya nada recuerdo a estas alturas de mi vida, excepto que estaba escrita a lápiz. Desgraciadamente, he olvidado por completo lo que allí se decía. Pero estoy seguro de que en ella, además de contar cosas bonitas, Papá Noel incluso tuvo la amabilidad de imitar (sin duda para facilitarme la lectura, puesto que entonces aún debía de andar yo por los cinco años) la letra de mi madre. A ver si esta vez no se mi olvida escribirle a él a su casa del Polo Norte. Ya va siendo hora, ¿no les parece?, de darle las gracias.