Otoño de mal pronóstico

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

20 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Este verano se nos está yendo con mucha más pena que gloria. A las puertas del otoño, tenemos ya la certeza de que no lo hemos disfrutado como otros años, de que fue un verano diferente. Y eso que el tiempo acompañó, pero nos pudo más el temor y la incertidumbre. Realmente, fue un verano gris, atípico, de hola y adiós con los vecinos, detrás del anonimato de unas mascarillas, de un mínimo contacto con amigos y familiares. Ni besos ni abrazos, con muy pocas reuniones y reducidas a muy pocos. Sobre cada uno de nosotros pesa el recuerdo de conocidos afectados por el coronavirus, la tristeza de hospitales o fatales fallecimientos. Son 30.000, dice el Gobierno, cuando todos sabemos que los muertos en España rondan los 50.000. Este burdo encubrimiento de cifras, por el miedo a la espectacularidad de las mismas, también es un factor más de desánimo. Parece que no sabemos ni queremos contar bien a nuestros muertos. Y los otros datos que nos recuerda cada día la prensa nacional y extranjera, tampoco ayudan a subir el ánimo: fuimos los peores en la primera oleada y de nuevo volvemos a ser el país con más contagiados de Europa, con más muertos en proporción con sus habitantes, con más personal médico contagiado…, después de haber tenido el confinamiento más largo y severo de todo el continente europeo. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Qué maldición nos persigue? ¿Es incompetencia de los políticos, falta de líderes que gobiernen en la dirección correcta, o las dos causas juntas? El Gobierno central ya ha encontrado a los culpables: las Autonomías, que no saben valerse solas…

Y con todo este bagaje encima, tenemos el otoño a la vuelta de la esquina. El tiempo que nos avisa de que todo en esta vida es caduco y efímero. El mes de la melancolía y de la nostalgia por antonomasia. Las hojas de los árboles se van cayendo en silencio, con la aceptación natural de que un ciclo se acaba. Por eso, esta estación suele ser el momento más crítico del año, en que uno toma conciencia de la brevedad de la vida, de la relatividad de las cosas, de la fugacidad del tiempo. Es un poco paradójico, pues es ahora cuando la Naturaleza nos ofrece lo mejor de su trabajo diario a lo largo de un año, la obra perfecta y consumada. Los racimos maduros que esperan la vendimia, las castañas rebosantes tratando de reventar su encierro, las manzanas adornando de amarillo las huertas... En realidad, el otoño es ambiguo, y por lo tanto, inquietante. Yo creo que de ahí procede su carga nostálgica, su aroma de tristeza. Por un lado aún conserva algo del esplendor del verano, pero por otra nos está anunciando la oscuridad del invierno. Además, está la incertidumbre de su duración: «el otoño dura lo que tarda en llegar el invierno», nos recuerda Joaquín Sabina desde su filosofía musical.

Los poetas de todas las épocas fueron muy sensibles a la etapa otoñal, aunque no todos reaccionen de la misma manera. Para unos el otoño era el símbolo de la edad provecta del hombre, el punto culminante de un proceso de madurez que nos fue haciendo más sabios, más perfectos, pero sin olvidar que el camino de la vida ya ha empezado a acortarse. En una línea parecida está la mayoría, que considera esta época como un tiempo de plenitud, pero que, simultáneamente, lleva dentro su propia decadencia. Por eso a los poetas les debemos las primeras nostalgias y melancolías. Y este otoño, además, viene con el regalo añadido de miedos, contagios y ruina. Para estar contentos, vaya.