Santiago y sus peregrinos

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

04 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

No suelo volver sobre el artículo anterior, porque cada uno de los que escribo es una unidad que tiene sentido (o debiera tenerlo) en sí mismo. Pero hoy voy a hacer una excepción atendiendo a comentarios que me han hecho gente próxima y de mucha confianza. Coinciden en que, al hablar la semana pasada de Santiago y del próximo Xacobeo, me he dejado llevar por la nostalgia de viejo Santiago de mi etapa de bachiller (primeros años 60), ensalzando aquella urbe silenciosa y pueblerina, y que no he valorado debidamente la importancia económica que tienen los peregrinos para la ciudad y para toda Galicia. En fin, que el recuerdo nostálgico que tengo de la ciudad de aquella época me ha llevado a poner un énfasis excesivo en la despersonalización que está sufriendo la vieja Compostela por una masiva y constante afluencia de peregrinos y turistas, y en los inconvenientes que ello genera, sin pararme a considerar los beneficios económicos que, sin duda, también aporta tanta gente. Como creo que estas matizaciones que se me han hecho son acertadas, por eso vuelvo a darle una vuelta al tema.

En primer lugar, nada más lejos de mi intención que ponerle peros al Xacobeo que ya tenemos en el horizonte, ni a los futuros ni a los anteriores. Además, sé muy bien que el fenómeno Xacobeo fue decisivo en la formación del reino de Galicia gracias al auge conseguido durante el período del obispo Diego Gelmírez (1100-1136), en el que Compostela se convierte en un gran centro internacional de peregrinación religiosa. Ya desde ese momento la afluencia de romeros por el Camino francés es enorme. El número de caminantes hasta el siglo XVI fue tan alto que, según la mitología popular, La Vía Láctea se fue formando con el polvo que los peregrinos levantaron en sus caminatas hacia Santiago.

A partir de la Reforma protestante (1529) se produce una disminución de gente en el Camino (desaparecen ingleses, holandeses y alemanes), que se prolongará hasta bien entrado el siglo XIX. Pero, cuando en 1884 el Papa León XIII autentifica los restos humanos que hay en la catedral como los del Apóstol, se produce la recuperación que, ahora mismo, está en máximos históricos. Hubo muchos e importantes valedores, pero entre los contemporáneos no podemos dejar de mencionar al señor Vázquez Portomeñe que, con el Xacobeo de 1993 marcó el despegue actual. Despegue que ha seguido impulsando el Gobierno de la Xunta (los de antes y el de ahora) y que ojalá continúe en años sucesivos.

Dicho todo esto, vuelvo a la idea central del artículo anterior, ahora sin sentimentalismos: la avalancha turística y peregrina no debe poner en riesgo la personalidad de la ciudad que más sufre esta invasión. Hay que dotarla de servicios, habrá que potenciar y ayudar a aquellos negocios gastronómicos y comerciales para que mantengan su sello de calidad y de autenticidad. Habrá que abrir centros de ocio y de recreo para miles de personas en otras partes menos céntricas y concurridas de la ciudad. Ahora mismo, por carecer de ellos, los caminantes se pasan horas sentados en las escalinatas de las Platerías o tumbados sobre la piedra milenaria de la plaza del Obradoiro. Habrá, en fin, que facilitar la vida diaria a los santiagueses, ayudándoles a que la ciudad siga manteniendo su personalidad y atractivo histórico, también para aquellos que, como yo, mantenemos vivo el retrato de la ciudad provinciana y encantadora que era a principios de los años 60.