Treinta goles

José Varela FAÍSCAS

FERROL

02 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ares. Domingo pasado. Fútbol infantil: Numancia de Ares-Amistad de Meirás 30-0. De las múltiples y variadas maneras que hay para fomentar el matonismo, la más eficaz, por descerebrada y despiadada, es la que se inocula en los primeros años. Un rufián sobrevenido nunca será tan eficiente como un chulo de putas debidamente adiestrado. Pero si hay algo peor que la humillación de unos chiquillos es la banalización de la frustración infantil, o la estúpida derivada de los analfabetos funcionales de que así se hacen fuertes, en una enfermiza carrera por alcanzar lo que un clérigo jerarca bien apalancado en el poder temporal define como varones enteramente varones. Algunos deberían hacerse mirar el sustrato purulento de su masculinidad en el diván de un psiquiatra. Ni el más zote de los psicólogos, ni el menos avezado de los terapeutas familiares, ni el pedagogo más ramplón aceptarían considerar el sufrimiento infantil inútil como un trance valioso en la formación de la personalidad ¿En qué pensaban -disculpen la hipérbole- los adultos que presenciaron el partido: entrenadores, padres, árbitro… Que permitieron cuando no instigaron el atropello? Porque no hacía falta ser psicólogo, ni terapeuta familiar, ni pedagogo ni educador. Bastaba con ser decente. Hechos como este deberían implicar la inhabilitación a perpetuidad para tratar con niños. Es una lástima que si para despachar pan se exija formación, para ejercer de padre se fíe todo a la ciencia infusa. Así nos va. Del episodio de Ares me apena, y no solo por mi condición de abuelo, sobre todo, el equipo vencedor: sus chicos recibieron una lección magistral de encanallamiento. Confío en que la olviden.