Jorge Llorca

José Varela FAÍSCAS

FERROL

18 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El inconformismo es el más poderoso impulso para la exploración de lo desconocido. Es la insatisfacción con lo ya conquistado lo que empuja a científicos, pensadores, artistas, creadores… a adentrarse, a tientas o a empellones, con aciertos y fracasos, en espacios nunca antes hollados: ya no sirve lo sabido, lo trillado. Cada paso que dan ensancha nuestro propio universo, enriquece nuestra cosmogonía. Faulkner, Modigliani, Artaud, Camus, Alban Berg, Rulfo, Stravinski, Picasso, Benet, Beckett, Van Gogh y tantos otros abrillantaron nuestra interpretación del mundo. Pero el camino, siempre, fue un proceso de pugna, de sufrimiento, de forzar los límites; fue abandonar la comodidad y echarse a caminar en la búsqueda del sepulcro del Quijote a la que nos convoca Unamuno. Hilvanaba este pensamiento mientras recorría la Retrospectiva de Jorge Llorca en el Centro Torrente Ballester ¡Qué paradoja! El itinerario comienza en la parte superior de la galería y desciende hasta la planta baja, mientras la intensidad emocional del espectador va elevándose a medida que recorre el periplo pictórico de Llorca. Porque la curiosidad inicial va transformándose en sorpresa, admiración, deslumbramiento también, hasta llegar a inquietar. Las piezas de la serie Os días do Eirado interpelan al observador hasta vaciarlo, hasta privarlo de sus certezas: enfrentado a sus propias limitaciones, a la ausencia de respuestas ante la rotunda belleza de propuestas de irresistible atractivo, ante el desafío del color como intuición de lo que enmascara lo perceptible. Un reto que deja exhausto, deshabitado, levitante… y limpio: una pintura para sentir, para aspirar, para abandonarse.