Pequeños amigos

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

17 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La gata es más bien menuda, con un pelo gris sedoso y limpio, muy sociable con la gente de la familia. Vive en la casa del pueblo con uno de mis hijos, pero nos acoge a todos con total naturalidad y confianza. Ya hablé aquí alguna vez de ella, y vuelvo a hacerlo hoy porque es una manera de valorar a todos estos animales que nos acompañan en la vida con humildad, sin pedir nada a cambio, y a los que casi no prestamos atención. Además, Uva, que así se llama la protagonista, tiene una serie de virtudes que deben ser elogiadas. Por ejemplo, su comportamiento exquisito, siempre de acuerdo con las normas que se le impusieron, sin molestar nunca. La displicencia que se les atribuye a los gatos en Uva no se aprecia. Tampoco, la inexpresividad de la mayoría de sus congéneres; y no es perezosa, como suelen ser estos animales. Al contrario, todo en ella es actividad, especialmente cuando se le acumula el trabajo, como le ocurre en esta época del año. Porque ahora es cuando el cerezo de la huerta está cargado de fruta, unas cerezas rojas y en sazón. Y docenas de mirlos dispuestos a dar buena cuenta de ellas. Pero esta gata, ya desde muy pequeña, tiene una decidida vocación de acróbata, pues apareció en nuestra casa subida a la parra de la huerta. Allí la descubrieron mis hijos, cuando no abultaba más que una pelota de tenis. Había nacido en la casa de unos vecinos, pero decidió cambiar de familia. Mis hijos la devolvieron con la madre y cuatro hermanos de camada, pero ella acababa siempre encaramada a la parra (de ahí que los chicos la bautizaran Uva), observando desde allí el panorama de la huerta. Los vecinos terminaron diciéndoles que se quedaran con la gatita, que ellos tenían gatos de sobra. Uno de estos días pasados me acerqué hasta el pueblo a ver si en la casa estaba todo en orden: mi hijo estaba de viaje y con tanta lluvia podía haber alguna novedad. Me encontré con Uva en lo alto del cerezo, muchos mirlos observándola desde árboles próximos, pero las uvas relucientes e intactas, bien protegidas por los constantes saltos de la gata, de rama en rama. Se sabe que los gatos son animales domésticos desde hace, más o menos, 7.000 años. Desde que el hombre se hace agricultor y se dedicó a recolectar trigo. Para proteger de los roedores la cosecha recogida, empezaron a permitir que los gatos entrasen en los poblados, iniciando así con ellos una relación de conveniencia que se fue perfeccionado con el tiempo y que acabó en armónica convivencia. Los egipcios fueron los primeros en reconocer la valiosa colaboración y la gran inteligencia de estos animales, hasta el punto de que adoraron a una diosa con cabeza de gato. Si hubiesen conocido a Uva la considerarían descendiente de aquella deidad. Porque, además de defender las cerezas, defendía también el pienso que, como comida, le había dejado mi hijo en un gran recipiente en el alpendre, suficiente hasta que este regresara. Pero ese manjar lo habían descubierto, también, dos gatos del vecindario. Uva los vio mucho antes que yo, y saltando con una elasticidad de atleta, se lanzó contra los usurpadores que, además de ser dos, le doblaban en envergadura. Uva es menuda, pero le sobra coraje para enfrentarse a dos tipos perezosos, amigos de la comida ajena. Yo le eché una mano, pero estoy seguro de que no me necesitaba: está acostumbrada a valerse por sí misma y a prestar ayuda en vez de solicitarla.