El autor y su leyenda

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

15 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Leo un artículo literario sobre la relación entre los escritores Ernest Hemingway y Scoot Fitzgerald, dos de los novelistas de la gran generación norteamericana de entre guerras. Me interesó su lectura porque vino a confirmarme algunas cuestiones que yo intuía y otras tantas que ni sospechaba. Entre estas últimas, hay una que me parece muy lesiva para la imagen que tenemos de Hemingway, que, además de un gran escritor, mantiene el atractivo de un personaje de novela. Fueron amigos, aunque cuando se conocieron, S. Fitzgerald ya había escrito su gran novela, El gran Gatsby, estaba en la cima del éxito y era un buen árbol bajo el que cobijarse para un Hemingway principiante, rudo y áspero, además de ambicioso.

Scoot Fitzgerald le ayudó desde el principio con generosidad y simpatía. No muchos años más tarde, Hemingway se había convertido en una celebridad mundial y S. Fitzgerald era visto como un autor pasado de moda, como una reliquia de los años 20. Cayó en un pozo inexplicable de silencio y olvido, hasta el punto de que mucha gente creía que había muerto cuando aún estaba vivo. Pues bien, Hemingway no solo no hizo nada por ayudar a quien fuera su primer y fundamental apoyo, sino que en su libro de recuerdos París era una fiesta habla con hostilidad del viejo Scoot Fitzgerald, al que en algunas otras ocasiones llega a tratar con desprecio.

Desde el punto de vista humano, Hemingway comete uno de los mayores pecados que una persona bien nacida no debe cometer: ser desagradecida. Para mí, un defecto que empaña aún más la dudosa imagen que yo me fui haciendo de Hemingway desde hace tiempo. Porque siempre me extrañó que este escritor, al que se le concedió el premio Nobel en 1954, tuviese el don de estar siempre en el lugar exacto en el momento oportuno, y con un fotógrafo dispuesto a dar fe de ello. Lo vimos en París en los brillantes años 20 del brazo de Picasso, del mismo Fitzgerald, o de Joyce; en los Sanfermines, con camisa blanca y pañuelo rojo; en la guerra civil española, alternando el bar Chicote con las crónicas del frente, lo que aprovecha para escribir una mediocre novela, Por quien doblan las campanas; en el París, ya liberado, en el hotel Ritz, bebiendo el champán que habían dejado los nazis; en La Habana, con Fidel Castro, en 1960, al año del triunfo de la revolución cubana, y tomando daiquiris en el Floridita? En Cuba, sin embargo, fue donde mejor aprovechó el tiempo, literariamente hablando, pues entra en contacto con marineros expertos de Cojimar, cuyas historias le servirán para escribir la genialidad de El viejo y el mar.

Desde hace mucho tiempo creo que esta novela, los cuentos cortos y algunas crónicas periodísticas son lo mejor que escribió Hemingway, posiblemente suficientes para un Nobel, pero desde luego un legado muy inferior al de otros escritores que, con mucho más bagaje literario, tuvieron menos nombre, porque no gozaron del favor mediático que tuvo el norteamericano. Su vida de bohemio y de hombre de acción, que lo mismo corre delante de unos toros que participa en safaris de caza de leones, su interés en ser macho alfa y de estar en todas partes a la vez, su trágico suicidio final, lograron que lo viésemos más como un personaje de novela que como un novelista normal, que escribe desde el silencio y la reflexión.