Acabo de regresar de uno de mis diarios paseos, hoy tranquilo y solitario Y ese escenario me ayuda a reconocer qué cosas del paisaje, y del escaso paisanaje con el que me cruzo, me llegan al alma. Las ventanas iluminadas se alternan con la oscuridad de esos agujeros negros que anuncian el vacío que habita tras los cristales. Y me pregunto: ¿Qué se esconde detrás de este y de otros silencios? ¿Quién nos gobierna de verdad en medio de un permanente griterío que hace imposible escuchar a los que no quieren, o no pueden, gritar? A quien gana las elecciones los que pierden le niegan de inmediato su legitimidad, por no hacer lo que prometieron o por hacerlo, que da lo mismo. Y, además, algunos grupos identifican la voluntad popular solo con la suya. Hablan de Galicia, de Cataluña o de España, con el sentido patrimonial y autoritario de creerse los únicos depositarios de su identidad.
Mientras, el olor a putrefacto que desprende la política y su entorno va intoxicándonos a todos, porque sus protagonistas se niegan a asumir la responsabilidad que a cada uno le corresponde, con o sin condenas expresas.
Habrá que exigirles que se callen y escuchen a tantos héroes del silencio, que quizá no votan, que no gritan, que no ocupan la calle, pero que sobreviven y tiran del carro como pueden. Ellos son un soporte esencial del país. Ah, y que tomen de nuevo la palabra para anunciar que se marchan, que dimiten, para que un aire limpio acabe con las cuevas de Alíbabá.