Día de compras

Miguel Salas CRÓNICAS FORENSES

FERROL

24 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Ikea nos tiene tontos. Su excelente publicidad y quizás ese aire nórdico de sus muebles -lo nórdico, en España, es desde el destape sinónimo de belleza y cordialidad- nos han convencido de que no hay plan mejor que ir a echar la tarde abriendo cajones y probando camas. Y está bien siempre que uno no necesite de verdad lo que va a comprar: se toca, se fantasea, se compra una espumadera por noventa y nueve céntimos, se manga un lápiz y luego a por las albóndigas suecas del restaurante. Pero cómo cambia la cosa cuando hay que amueblar una casa, cuando cada metro de esos interminables pasillos cuenta y debe ser recorrido con el alma concentrada en precios y medidas, cuando encontrar un empleado libre de Ikea (oh ikeanos, aborígenes de ese frondosísimo bosque de objetos con nombres imposibles de pronunciar) es tan difícil que si lo consigues te entran ganas de llamar a un antropólogo, no vaya a ser el último de su especie, cuando se avanza sabiendo que al final del periplo nos espera un descomunal cementerio lleno de ciclópeas cajas, entre las cuales hay que encontrar las que se corresponden con lo deseado para arrastrarlas después sobre un carrito, entonces Ikea no resulta ser un lugar tan simpático. La cosa no acaba ahí: hay que meter todo en el coche y montarlo en casa. Ni que uno fuera el arquitecto del Faraón.

Me pregunto si Alfredo Landa habría intentado ligar con las suecas si hubiera necesitado seguir tan agotador proceso.