Entre joyas de plata y oro

TEXTO: Beatriz Couce FOTO: César Toimil

FERROL

José se adentró en el arte de la fabricación de piezas preciosas cuando era un niño y llegó a ser platero de la Catedral compostelana; su hijo siguió sus pasos

12 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

A los 12 años, siendo todavía un niño, José Casas, que vivía cerca de la vía del tren en su Santiago natal, ideó un original modo de conseguir la materia prima necesaria para dar rienda suelta a la que entonces era una simple afición y, con los años, se convertiría en su profesión. «Colocaba cubiertos de alpaca en las vías, que después de pasar el tren utilizaba para hacer anillos», explica el palo de esta historia.

Tres años después, plantó los estudios e iniciaría una próspera carrera profesional como platero y joyero. «Entonces trabajaba mucho en la catedral, en la restauración del altar mayor y también arreglaba el botafumeiro. En Santiago también hice un trabajo curioso, el sagrario de plata que está en la Iglesia del Carmen de Ferrol, ciudad a la que vendría a vivir dos años después», recuerda.

Su llegada a la urbe naval, en el año 1963, se debió a motivos puramente laborales, ya que le realizaron una oferta en la joyería Jar que no pudo rechazar. «Vine mejorando mucho mi salario y de hecho en mi primer mes ya me cuadruplicaron el sueldo», explica.

El buen hacer de José pronto le reportó una amplia variedad de trabajos, encargos que eran fiel reflejo de una sociedad, la ferrolana, que atravesaba una época de esplendor. «Cuando había botaduras y venían de la Casa Real, hacía joyas para sus miembros y también hacía las tijeras de oro y plata para cortar las cintas de las botaduras de Astano», recuerda. Son solo una parte ínfima de la obra de este meticuloso platero, que habla con auténtica pasión de su trabajo.

Sin dudarlo ni un segundo, José asegura que con lo que más disfrutaba de su oficio era «haciendo las matrices modelo», los moldes en donde se tallan las figuras al revés y que servirán posteriormente para hacer las joyas.

Este tipo de trabajo es también «lo más bonito» para la astilla de este artículo, su hijo Pedro, quien hace 27 años que decidió seguir los pasos de su progenitor y dedicarse plenamente al sector de la joyería. «Ahora ya no es la misma historia que cuando comenzó mi padre, hay máquinas y las cosas cambiaron mucho, aunque sigue siendo un trabajo manual», comenta Pedro.

Clases a sus compañeros

José no ha sido solo un maestro para su hijo, con el que convivió en la joyería, sino también para el resto de los empleados, a los que llegó a dar clases. «En el trabajo tenía conmigo la exigencia necesaria para que lo que tenía que hacer saliera bien. Entre lo que me enseñaba él y Ricardo, el dueño, que también es muy meticuloso, aprendí», explica Pedro.

En el año 1997, llegó el momento de la jubilación para José, que no obstante continuaba en un pequeño taller de su casa realizando algún encargo que le realizaban, como un escudo para la concha para bautizar al hijo de los Duques de Lugo.

Con décadas de profesión a su espalda, José recuerda una divertida anécdota de sus trabajos en la Catedral compostelana. «Un día estaba arreglando el manto del Apóstol, reponiéndole las piedras, y una peregrina se abrazó al santo y me cogió las piernas. Se pegó un gran susto», evoca.

José Casas, que en los últimos años está dando rienda suelta a otra pasión artística, la pintura, destaca de su hijo Pedro los resultados de su trabajo. «Lo que hace, lo hace muy bien. Es muy curioso», afirma. Su vástago le devuelve el cumplido y subraya de su padre «todo su trabajo, lo bien que talla a mano, los matrices, los troqueles, que es lo que yo más intenté imitar».