Los tormentos de una mente maravillosa

Mili Méndez

EXTRA VOZ

John Forbes Nash por fin ha recibido uno de los reconocimientos más esperados. El premio Abel, el análogo al Nobel, por sus trabajos en un ámbito de la matemática pura. Un galardón que aporta luz a un genio brillante encerrado durante décadas en los delirios de su propia mente

25 may 2015 . Actualizado a las 04:00 h.

El mismo cerebro que lo dotó de unas capacidades cognitivas prodigiosas lo ató durante más de treinta años a sus alucinaciones. John Forbes Nash (1928, Virginia), pasó casi la mitad de su vida entrando y saliendo de los psiquiátricos. Tenía apenas 30 años cuando le diagnosticaron una esquizofrenia paranoide. Fue en 1959. Un año antes había sido descrito como «el matemático joven más prometedor del mundo». Pasó de rozar la Medalla Fields y obtener una plaza como profesor en el MIT, uno de los templos de la enseñanza técnica, a ser hospitalizado en un plazo de 12 meses.

Su historia la conocemos por la película A Beautiful Mind (Una mente maravillosa), protagonizada por Russell Crowe. Está inspirada en el libro de la periodista Sylvia Nasar que entrevistó a colegas, familiares y amigos de Nash para documentarse. Al matemático nunca le gustó este texto, sí la cinta. Contra todo pronóstico, en la década de los 90 comenzó a mostrar una sorprendente mejoría que perdura hasta hoy, a punto de cumplir los 87 años. Su gran capacidad lógica se abrió paso en su mente. El premio Von Neumann y sobre todo el Nobel de Economía en 1994 por sus aportaciones a la Teoría de Juegos lo rescataron del olvido. Ahora el Abel, que ha recogido esta semana en Oslo junto al también matemático Louis Nirenberg, termina de cerrar la herida. «A súa tese dos Xogos non Cooperativos e o seu teorema do equilibrio tiveron moita importancia, convertéronse nunha ferramenta de toma de decisións de grandes implicacións no eido económico. Agora ben, el sempre considerou que ese traballo era unha parte reducida da súa obra», cuenta el profesor de Física Aplicada de la USC Jorge Mira, que conoció a Nash durante su estancia de una semana en Galicia en el 2007.

Para entonces, el estadounidense ya era una figura popular fuera de los círculos académicos gracias al film. «Xunto a de Hawking, foi unha das visitas que xerou máis expectación. Veu co seu fillo e coa súa muller, Alicia. Unha anéctoda curiosa foi que cando fomos a recollelo ao aeroporto non o atopábamos. Asusteime moito, pensei que perdera o voo. Mentres chamaba nervioso por teléfono unha persoa deume un golpeciño por detrás para facerme unha pregunta e? ¡Era el! Perdérase na terminal», relata con admiración Jorge Mira.

«Nash foi quen de resolver algún dos máis difíciles enigmas das matemáticas», añade la decana de esta Facultad en la USC, Victoria Otero. El Premio Abel se debe a su trabajo en la década de los 50 en las ecuaciones en derivadas parciales y sus aplicaciones a la geometría. Es decir, para intentar visualizarlo: «As ecuacións diferenciais permiten describir as leis da natureza, a evolución dunha magnitude. Se depende de varias causas, por exemplo, o espazo e o tempo, estas relacións chámanse ecuacións en derivadas parciais. Coñecer as súas solucións permite describir o comportamento do fenómeno e anticiparse ao futuro. Na maioría dos casos, estas solucións non se poden coñecer. Os matemáticos intentan extraer a información relevante que esconde a ecuación. Pois ben, Nash demostrou a regularidade das solucións destas ecuacións de forma moi inxeniosa», explica la decana. «Sobre a súa aplicación á xeometría, supón analizar as formas como se vivísemos dentro delas», completa Mira. El hombre que de pequeño disfrutaba jugando con los números ha regresado a los cálculos. «É moi destacable o feito de que gañase o Abel, é como se tivese dous Nobel», subraya Victoria Otero. Nash miraba al mundo con otros ojos y ahora el mundo lo contempla a él como se merece.

El Nobel que nunca fue... ¿por una historia de amor?

John Nash acaba de recibir el premio considerado como el equivalente al Nobel de Matemáticas. Lo entrega en Oslo el Rey de Noruega en una ceremonia que recuerda mucho a la de los galardones suecos y cuya dotación económica es también similar, casi 800.000 euros. Los Abel existen desde el año 2002 en un intento de compensar la carencia de un Nobel. Un vacío que sigue siendo un misterio. ¿Por qué Alfred Nobel no incluyó esta disciplina entre las categorías de sus premios y sí a la Física, la Química o la Medicina?

La versión más romántica apunta a los celos. El industrial sueco pudo descartarlas del fondo que dejó en su herencia millonaria porque su amante le puso los cuernos con el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler. Otras fuentes aseguran que no eran celos sentimentales, sino un enfrentamiento profesional y personal y un odio reconocido al experto lo que le empujó a no crear la modalidad para que Gösta no fuese nunca el beneficiario.

Este supuesto, muy novelesco, no llegó sin embargo a ser confirmado nunca. La explicación más práctica puede ser la más probable. Ingeniero, fabricante de armas, inventor de la dinamita y propietario de 350 patentes, las matemáticas pudieron no parecerle interesantes y por eso las obvió. Los Nobel empezaron a entregarse en 1901. Al otro lado del Atlántico el canadiense John Charles Fields creó las bases para resarcir a los matemáticos de este olvido. Las Medallas Fields se entregaron por primera vez en 1936. La Segunda Guerra Mundial interrumpió su concesión hasta el 1950. Hoy compiten en prestigio con el Premio Abel. Las otorga cada cuatro años la Unión Matemática Internacional. Nash no figura entre sus galardonados aunque estuvo muy cerca de conseguirla. Fue candidato en 1958. El fallo del jurado dolió al estadounidense al que la esquizofrenia lo alejó durante unas tres décadas de la investigación. Ahora ya no puede optar a la Fields porque sus aspirantes deben tener menos de 40 años. Un dato: en el 2014 la iraní Maryam Mirzakhani fue la primera mujer en recibirla.