«Mad Men» se despide para siempre

EXTRA VOZ

Reflejo de estos tiempos de gusto por lo «vintage» y perpetua mirada al pasado, la serie norteamericana ha dejado siete temporadas que ya forman parte de la historia de la mejor televisión hecha nunca. En estos momentos se emiten sus últimos capítulos, con la misma incógnita del principio: ¿Qué pasará con el misterioso y seductor don Draper?

24 abr 2015 . Actualizado a las 15:17 h.

La cabecera de Mad Men juega con la idea de cómo éxito en el mundo capitalista puede generar una sensación tal que todo se puede venir abajo en cualquier momento. Reminiscente del inquietante arranque de Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, muestra la silueta de un ejecutivo de publicidad del Nueva York de los primeros sesenta. Entra en su oficina. Apoya el maletín en el suelo. Pero, de pronto, se cae por la ventana de un gran rascacielos mientras se suceden anuncio tras anuncio. Cuando aparentemente llega al suelo se hace un fundido en negro. De ahí surge el mismo hombre, esta vez confiado en su butaca con un cigarro en la mano. Como si nada hubiera pasado. Es Don Draper, uno los iconos definitivos de la cultura popular contemporánea. La secuencia  pretende capturar en apenas unos segundos toda su zozobra existencial: de cómo el triunfo se puede esfumar por un sumidero en apenas un instante. 

Ese caminar por la cuerda floja del protagonista de la serie ha tenido a la audiencia en vilo durante siete años. Inicialmente, se mostró discreta. Nada de HBO. Tampoco actores de renombre. Debutó en el verano del 2007 en la cadena AMC con una audiencia de apenas un millón de personas en EE.UU., una cifra muy por debajo de las grandes producciones para televisión. Hoy, sin embargo, es un fenómeno global. Rivaliza con Los Soprano y Breaking Bad en el trono de mejor serie de la historia. Acumula decenas de premios. Y, en cierto modo, es el filtro desde el cual se mira la historia de Nueva York en los años sesenta, como en su día fue El Padrino para otras épocas de la Gran Manzana. Enfilando sus últimos capítulos en la segunda parte de la séptima y última temporada (quedan cuatro por emitir en Canal +), prepara su adiós.

¿Qué ha ofrecido Mad Men a los espectadores para lograr ese gran éxito? Muchas cosas. Pero, sobre todo, una inquietante historia de claroscuros. En todos los sentidos. En lo individual, con esos personajes que personifican el suceso profesional pero cuyas vidas se encuentran agujereadas. Pero también en lo general, mostrando las débiles costuras del sueño americano y los idealizados años sesenta. Cuando el espectador se ha embriagado de esa atmósfera de lujo, cócteles, propinas y gemelos de plata, surge por sorpresa el vacío. El de la cabecera. Sí, la era de la caballerosidad y las mujeres de bandera guarda un macabro reverso de sexismo, racismo, homofobia, clasismo y desprecio al perdedor. Sí, el brillantísimo Don Draper, que siempre llevaba los centímetros exactos del puño de su camisa fuera de la manga, sentía por dentro un temblor constante que lo atormentaba

En el juego de luces y sombras que propone la serie cayeron irremisiblemente miles de personas. Ayudó, por supuesto, el viaje en el tiempo elegido con un aterrizaje perfecto. En vez de acudir de inicio a los sesenta más trillados  (los de The Beatles, la era hippie, Vietnam...) el punto de partida de Mad Men se fijó en 1960, con la ideología de los prósperos cincuenta merodeando en el ambiente. Todo ello filtrado desde un mirador privilegiado para contemplar los cambios que afectarían a todo Occidente: una agencia de publicidad en Nueva York. Hoy en día, con la popularización de los vuelos internacionales, es más capital del mundo que nunca. Que el público sepa situar en su cartografía sentimental la Quinta Avenida, el Madison Square Garden o el Puente de Brooklyn ha ayudado lo suyo.

Mad Men ha sido, en ese sentido, toda una lección de historia desde una perspectiva pop. Atendió por igual al asesinato de Kennedy como a los cambios en el diseño de muebles o la llegaba del primer ordenador. Y, avanzando las temporadas, asistió a la colisión entre el viejo mundo y el que estaba por venir. Hay un clic genial al respecto. La segunda mujer de Don Draper lo ve confundido allá por 1967. Le regala un disco para que entienda qué ocurre: Revolver de The Beatles. Se sienta en el salón, se sirve un whisky y, envuelto en la psicodelia de Tomorrow Never Knows, medita. Levanta la aguja antes de que llegue al final. Esa no es su historia.

La eterna elegancia  

Al margen de algún escarceo con jipis jovencitas y experiencias puntuales con las nuevas drogas, lo que viene a mostrar Mad Men es la vigencia del patrón de la eterna elegancia. Sí, por muchas vueltas que dé el mundo, siempre habrá un momento para que la masculinidad almidonada de Don gane. También esa feminidad rotunda de Joan Holloway, que genera deseo a cada paso. Además, por supuesto, la rubia perfecta de Betty Draper, bellísima mujer florero reprimida. Y, cómo no, Roger Sterling, maduro y mujeriego con los trajes hechos a medida y el poder de una cartera saneada.

Cuando aparecian en la pantalla el seguidor sentía, por momentos, esa nostalgia de lo no vivido. Germinaba el deseo de ser como ellos: sofisticados, con los movimientos perfectos, los besos precisos y esos constantes chispazos de genialidad envueltos en humo de cigarro. Todo hasta que el capítulo llegaba a su fin. Entonces tocaba volver al mundo real, con los pantalones rotos, las zapatillas de cordones fluorescentes, la delgadez sin curvas de Kate Moss guiando el canon de belleza y los peinados imposibles de los futbolistas. ¿Cualquier pasado fue mejor? Visto así, puede que sí.