Sánchez y Aragonès: una negociación «sin prisa», pero con el 2023 como fecha crítica

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, a su llegada para su reunión en el Palacio de la Generalitat.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, a su llegada para su reunión en el Palacio de la Generalitat. DAVID ZORRAKINO / EUROPA PRESS

El presidente del Gobierno necesita alargar el diálogo hasta esa esa fecha para mantener el apoyo de ERC y al líder catalán le urge llegar a ese plazo con avances para evitar que la CUP y JxCat lo descabalguen de la Generalitat

15 sep 2021 . Actualizado a las 20:56 h.

Detrás de toda la retórica y la liturgia política desplegadas este miércoles por Pedro Sánchez y Pere Aragonès se esconde una lógica que trasciende el conflicto independentista. Ambos se necesitan mutuamente porque están al frente de dos Ejecutivos de coalición en minoría, con socios que ejercen también de oposición y con necesidad de argumentos para justificarse ante los partidos que completan la mayoría en cada votación. Reforzar el vínculo con ERC es clave para Sánchez para garantizarse la estabilidad de su Gobierno y la aprobación de los Presupuestos, que le blindaría para toda la legislatura con la vista puesta ya en las elecciones generales a finales del 2023.

Aragonès, por su parte, necesita llegar al 2023 -fecha en la que se ha comprometido ante sus aliados de la CUP a someterse a una cuestión de confianza- teniendo al Gobierno central sentado a una mesa en la que se pueda hablar de un referendo de autodeterminación, por más que Sánchez advierta de que esa vía está cegada por estar fuera de la Constitución, porque así puede justificar ante JxCat y la CUP que su hoja de ruta sigue teniendo la independencia como destino.

Llegar al 2023 con la mesa de diálogo viva, aunque las posiciones sean «radicalmente distintas», como ayer admitió Sánchez, es por tanto clave para ambos. Cuando el jefe del Ejecutivo rechaza hablar de plazos -«y mucho menos de dos años»-, y pide negociar «sin prisa», lo que está diciendo es que hasta 2023 se seguirá hablando, pero a esa fecha se llegará sin que haya un acuerdo cerrado con los independentistas que podría desgastarle.

A partir de ahí, sin embargo, si no hay «avances», como este miércoles indicó Aragonés, la continuidad del diálogo peligra. Primero, porque Sánchez no querrá presentarse a la campaña de las generales atado a una mesa con los independentistas en la que hablar de referendo de autodeterminación no esté vetado. Y segundo, porque JxCat y la CUP amenazarán con descabalgar a Aragonés si para esa fecha no hay un pacto que garantice una consulta. Y, antes que perder la Generalitat, se levantaría de la mesa.

Para ganar tiempo hasta ese 2023 era imprescindible el paso previo de unos indultos a los presos del procés que, pese al fuerte desgaste sufrido por el Gobierno, han conseguido desinflamar la situación en Cataluña y moderar la radicalidad callejera del independentismo más rupturista. Pero si llegar como mínimo al 2023 subidos al tren del diálogo y la negociación es la hoja de ruta de Sánchez y Aragonés, la de Carles Puigdemont es hacer descarrilar ese tren. Designar a condenados por sedición para sentarse en la mesa de diálogo fue el primer paso para tratar de dinamitar esa negociación. Pero, tras el golpe de autoridad dado por Aragonès, y de la foto de la bilateralidad que Sánchez le regaló ayer, vendrán más sabotajes.