El entorno de Felipe VI considera que el emérito ha dejado de servir a la Corona

Mateo Balín MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Juan Carlos I abraza a su hijo Felipe VI en el día de su abdicación, el 18 de junio del 2014
Juan Carlos I abraza a su hijo Felipe VI en el día de su abdicación, el 18 de junio del 2014 JUAN MEDINA / REUTERS

El encaje institucional del exjefe del Estado tras su abdicación fue imposible

13 dic 2020 . Actualizado a las 17:57 h.

«Los actuales son tiempos de gran exigencia. Nos esperan muchas dificultades pero también nos respaldan sólidos valores que nos hacen sentirnos orgullosos de ser españoles, y un pasado reciente de superación que nos sirve de estímulo». Estas palabras las pronunció don Juan Carlos en la Nochebuena de 2011. Son las que Zarzuela eligió en su día para el encabezamiento donde se almacenan discursos históricos, imágenes y actos del emérito. Como miembro -no activo- de la Familia Real se le respeta su lugar en la web de Casa Real. Junto al título honorífico de rey, el único privilegio del que hoy disfruta. Hace ya años que el castillo de naipes que levantó durante décadas se vino abajo.

Fue en aquella misma intervención en la que, sin nombrarlo, sentenció a Iñaki Urdangarin. Don Juan Carlos abogó por el comportamiento ejemplar para los representantes públicos y señaló a la justicia, «igual para todos», como destino para quienes se saltan la ley. El caso Nóos fue solo la punta del iceberg que ha golpeado de lleno a la Monarquía. Porque meses después, el entonces jefe del Estado se derrumbó en Botsuana. Aquella caída lo cambió todo. De poco sirvieron sus disculpas - «lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir»-. El safari para cazar elefantes en compañía de la que había sido su amante, Corinna Larsen, lo colocó en la casilla de salida de la abdicación. Se consumó el 19 de junio de 2014.

«No piensa en el bien de España»

Durante el siguiente lustro, Felipe VI, impulsor de «una monarquía renovada para un tiempo nuevo» -como proclamó el día que asumió la Corona-, tuvo que hacer juegos malabares para desvincular a la institución que representa de los asuntos privados de su padre. La misión resultó imposible. Los parches de nada sirvieron. Don Juan Carlos, lejos de ser un activo para la Casa Real, se había convertido en un lastre. Dicen fuentes del entorno de Zarzuela que hace ya tiempo que ha dejado de servir a la Corona, que «no piensa en lo que puede ser bueno para don Felipe ni para España». En su carta de despedida, el 3 de agosto, don Juan Carlos negaba la mayor: «Guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España», escribió. Las palabras y los hechos son contradictorios.

 El rey no piensa pronunciarse

La ruptura entre padre e hijo es un hecho. Como la fue entre don Felipe y su hermana Cristina. A ella la despojó en 2015 del título de duquesa de Palma. Al emérito, a quien nunca se le encontró encaje con el relevo en la jefatura del Estado, lo apartó primero de la agenda real y hace nueve meses lo repudió públicamente, al renunciar a la herencia que pudiera corresponderle y retirándole la asignación.

A aquel duro escrito del 15 de marzo, que llegó como respuesta a la aparición de don Felipe como beneficiario de dos fundaciones objeto de investigación -su nombre ya ha sido retirado de ambas- se remite Zarzuela cada vez que se sondea la opinión del rey sobre los asuntos judiciales que afectan a su padre. El monarca, mantienen fuentes bien informadas, ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Ni siquiera se le pudo arrancar una palabra cuando en agosto don Juan Carlos puso rumbo a Abu Dabi. Felipe VI es inflexible y actúa con contundencia contra todo aquello que pueda dañar a la institución que representa.

El deseo de volver del anterior monarca choca con la posición de Moncloa y Zarzuela 

D. Guadilla / BilBAO

En la misión de salvaguardar a la Corona, Felipe VI se ha encontrado con un aliado que a priori podría calificarse de inesperado: Pedro Sánchez. «La Monarquía no está en cuestión. Se juzgan personas, no instituciones», ha repetido el jefe del Gobierno en varias ocasiones, la última este miércoles, pocas horas después de que el emérito comunicara, a través de su abogado, que había regularizado su situación fiscal por el uso de tarjetas opacas, para evitar así una causa judicial. Lo que parece complicado es que el caso se dé por cerrado antes de primavera. De ahí que resulte chocante que el rey emérito haya trasladado a sus allegados su deseo de regresar estas Navidades a España, al entender que su horizonte judicial se ha aliviado. Porque, a estas diligencias, su suman la de la donación de 65 millones de euros a Corinna Larsen y otra, en estado embrionario, por la aparición de una cuenta en un paraíso fiscal. Su deseo de regresar choca de lleno con la posición del Gobierno y con el mutismo en la Casa Real. Desde Moncloa dicen que ha de ser don Felipe quien medie para convencer a su padre de lo contraproducente que sería su regreso a España, más cuando un sector del Ejecutivo no oculta el objetivo de instaurar, más pronto que tarde, la república como modelo de gobierno. Don Juan Carlos le haría un flaco favor a su hijo si se le ve, por ejemplo, navegando por Sanxenxo. 

Una crisis que daña la institución, pero no acabará con la monarquía

 David Guadilla / Bilbao

«Vamos a tener que sufrir un largo recorrido de disgustos». Ramón Jáuregui está convencido de que la tormenta que se ha generado alrededor del rey emérito no solo no amainará a corto plazo, sino que es probable que traiga nuevos destrozos. Como si las noticias que están surgiendo sobre las finanzas de Juan Carlos I fuesen una especie de iceberg que oculta sus mayores peligros bajo la superficie. La cuestión es qué daños provocará y si la Casa Real tiene margen para cambiar el rumbo y evitar que la Monarquía sufra desperfectos irreparables. «Todas las soluciones son complejas», sostiene quien fuera ministro de la Presidencia y un socialista convencido de que, más que una institución, «es la clave de bóveda de nuestra convivencia».

 La pregunta que se plantea durante los últimos meses es en qué medida todo el «ruido» que se está generando acabará por salpicar a la propia Monarquía. Jáuregui considera que el «final lamentable» que don Juan Carlos está dando a su trayectoria pública «va a dañar» a la institución y, además, empañar su «impagable papel» para que España pasase de la dictadura a la democracia. Pero el que la sucesión de escándalos mine la imagen no quiere decir que la Monarquía parlamentaria esté en peligro. «Digamos que la Monarquía de Felipe VI está vacunada», afirma, convencido de que el actual jefe del Estado está ejerciendo su cargo «con un sentido de la responsabilidad enorme». Un actitud que, en su opinión, no tiene Podemos. «Uno puede ser republicano, pero está actuando con un oportunismo repugnante», afirma.

En una línea similar se expresa José Antonio Zarzalejos, periodista y buen conocedor del clima que rodea a la Casa Real. «La Monarquía sufre una crisis porque es una institución muy personalizada, y si alguno de sus miembros atenta gravemente a la dignidad de su cargo... Pero no sé qué más puede hacer el actual rey». «Es una crisis que Felipe VI puede superar».

 Felipe VI, bien considerado

Tanto Zarzalejos como Jáuregui recuerdan que la mayoría de las encuestas señalan que la figura del rey está muy bien considerada por la ciudadanía. Incluso que el desgaste de la Monarquía sería relativo. Cuando el CIS de noviembre preguntó a los españoles por sus preocupaciones, la Monarquía solo estaba entre los tres primeros problemas para un 0,3 % de los consultados. Zarzalejos añade otra cuestión para recalcar que la institución no está en peligro. «Es un elemento esencial de la Constitución». O lo que es lo mismo, que para cambiar el modelo de Estado serían necesarias unas mayorías parlamentarias impensables a día de hoy para poner en marcha un proceso constituyente.

«Espero que la Monarquía parlamentaria no sufra demasiado porque como forma de Estado creo que es el marco adecuado y es menos conflictiva que una jefatura presidencialista como la de la República», afirma el historiador Juan Pablo Fusi, quien recuerda el «papel fundamental» que tuvo Juan Carlos I en la Transición. La otra cuestión es, ¿y ahora qué?. Jáuregui hace autocrítica con la «negligente actitud» que mantuvieron durante años muchas instituciones -los políticos, la prensa...- al no haber controlado mejor la labor del rey emérito. Y ahí hay campo de mejora. Zarzalejos habla de desarrollar el Estatuto del Rey, establecer controles adicionales... Pero también recuerda que la Justicia está actuando y eso demuestra que el sistema está funcionando. ¿Debe volver Juan Carlos I a España? «¿Las condiciones han cambiado a mejor desde que se fue?», se pregunta, y también recuerda una cuestión relevante. «¿A dónde iría? Zarzuela no es su casa, es la residencia del jefe del Estado».