No pude conciliar el sueño. De repente, sentí que estaba conectada con miles de personas en el sentimiento y el recuerdo de alguien que ya no era más una simple compañera de militancia ni un referente de la llegada de las mujeres a lugares tan masculinos como el Ministerio de Defensa. Ni una vicepresidenta del Congreso con más tino, talante y fineza que el titular principal. Ni la joven socialista que llegó al PSC como los sargentos chusqueros, desde abajo, para abrir puertas y ventanas y sacar el tufillo a rancio que los ocho años de Gobierno Aznar dejaran como herencia a su generación. Tampoco era ya la madre de Miquel. Ni siquiera la candidata a dirigir el PSOE que se quedó a menos de treinta votos del supremo sacerdote Rubalcaba. No.
Era una sonrisa leve y algo tímida la que me rondaba en la cabeza. Una forma de estar ante el mundo entre expuesta y reservada, como pensando que a la mujer verdadera que había detrás la conocerían muy pocas personas y al personaje público y mediático que llegó a ser se la conocería como ella quisiese. No creo que hubiera imaginado que llegaría a despertar tantísimo afecto y admiración como estamos viendo ante su despedida. Tal vez porque era sobria y prudente. Tal vez porque su círculo de amigos era conciso y veterano. Tal vez porque nunca pretendió ser una líder de masas. Pero lo fue, y de qué manera. Es injusto, quiero decirlo así, que haya tenido que morir para que, de repente, a babor y a estribor y de proa a popa, le alaben su conducta, su trayectoria, su ideología, su gestión, su carácter, sus logros. Toda su vida, en fin. Es injusto porque la preferíamos viva, porque muchos de los que ahora la reverencian la juzgaban con displicencia. Carme Chacón es el prototipo de las mujeres que no protagonizaron la transición, pero se dedicaron a la política con ahínco y convencimiento, haciendo un ejercicio de puesta en práctica de todas las teorías que las feministas vamos aprendiendo a base de poner nuestra carne en el asador, unas veces escaldadas y otras heladas ante la indiferencia generalizada y la resistencia al cambio.
Será bueno aprender también de este momento y reclamar, firmes, pero sin alharacas, como ella solía, que a las mujeres que abren caminos -y cada vez son más- hay que admirarlas y animarlas cuando están en plena faena, para que den todo lo que tienen dentro, para que sepan que tienen el reconocimiento de la sociedad y construyen nuevos y mejores modelos de ciudadanía.
La melena de Carme ondea al vent, y su figura se eleva con las alas desplegadas. Deja una huella profunda. Y una sonrisa que no vamos a olvidar.