El amargo final de un hombre voluble

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo BAreño MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

EDGARDO CAROSIA
EDGARDO CAROSIA

Llegó siendo una incógnita y se va sin que nadie sepa en realidad cuáles son sus convicciones, su discurso y su ideología

02 oct 2016 . Actualizado a las 19:20 h.

Pedro Sánchez Pérez-Castejón, (Madrid, 29 de febrero de 1972), llegó al liderazgo del PSOE por sorpresa y casi de rebote, sin que nadie conociera muy bien su discurso y su ideología. Dos años después, abandona la secretaría general del partido sin que nadie haya sido capaz de hacerse una idea de cuáles eran. Desde luego, él nunca dio facilidades para culminar esa investigación, porque fue cambiando de posición en prácticamente todos los debates que afrontó desde que llegó a Ferraz. Llegó con la aureola de ser la alternativa moderada y liberal al izquierdismo de Eduardo Madina y acabó situándose en el ala más zurda del partido. Sorprendió al subirse a un escenario frente a una enorme bandera de España, tratando de reivindicar así un patriotismo que siempre se asoció a la derecha, y terminó tratando de pactar con quienes defienden referendos de independencia en Cataluña, País Vasco y Galicia. Más que una incógnita, Sánchez ha sido un político impredecible.

Nadie, a veces ni siquiera en su entorno más cercano, sabía cuáles eran sus planes, porque cultivó una calculada ambigüedad y trató de responder al mito del hombre que administra con inteligencia sus silencios, aunque sus críticos aseguran que detrás de esa profunda reflexión no había nada. Esa falta de comunicación fue exacerbando su distanciamiento con unos barones acostumbrados, desde los tiempos en los que Felipe González los convirtió en contrapunto del poder omnímodo de Alfonso Guerra, a ser grandes protagonistas de todas las decisiones en el PSOE. Han sido los barones, con la andaluza Susana Díaz a la cabeza, los que han acabado con él. Pero también fueron ellos los que le auparon al cargo, como muchos de ellos se han encargado de recordar estos días.

El príncipe quiso volar solo

Tras la dimisión de Rubalcaba, Sánchez se dejó utilizar conscientemente por Susana Díaz, que lo llevó hasta Ferraz para no tener que enfrentarse en unas primarias al vasco Eduardo Madina. La reina del sur solo estaba dispuesta a traspasar Despeñaperros si el PSOE la llamaba por aclamación. Y, al no ser así, jugó la baza de un joven Pedro que no aportaba mucho más que su porte y su sonrisa a un partido en el que su currículo se limitaba a haber sido dos veces diputado de rebote, sustituyendo a parlamentarios que dimitían.

Pero, como siempre, una vez asentado en el trono, el príncipe quiso volar solo. Rompió el pacto tácito con Susana Díaz por el que ella sería la candidata y Sánchez controlaría el partido por vía interpuesta. Allí empezó a escribir su final. En una cruel paradoja del destino, entre quienes han acabado con Sánchez, sumándose al ejército de Susana Díaz, está precisamente Eduardo Madina, quien cuenta ahora con grandes posibilidades de convertirse en el líder parlamentario del PSOE y quién sabe si también del partido.

Antes de llegar a la cumbre del PSOE, el ahora saliente secretario general se había curtido en la fontanería de Ferraz trabajando a las órdenes de José Blanco, entonces poderoso hombre fuerte del partido, junto a Antonio Hernando y Óscar López, a los que se llegó a conocer como «los chicos de Blanco». Sánchez era el que menos brillaba de los tres, pero acabó siendo el líder. Y, aunque se acordó de sus dos excompañeros, dejó el partido en manos de César Luena, con un perfil mucho más gris. Una decisión que a la larga se ha demostrado como un error, porque Luena nunca controló el partido y actuó con mano dura y escaso tacto en crisis como la del PP madrileño, defenestrando sin contemplaciones a Tomás Gómez, o apartando de las listas a Madina para dar entrada, sin consultar con nadie, a Irene Lozano, exdiputada de UPyD. Algo que perjudicó a Sánchez.

Aunque llegó al cargo con la sonrisa por bandera, desarrolló pronto un carácter hosco y una agresividad que alcanzó su punto máximo en el debate con Mariano Rajoy, en el que llamó indecente a su rival, algo de lo que después se arrepintió. Los malos resultados electorales exacerbaron esa belicosidad, una incapacidad para admitir la derrota y un afán insuperable de supervivencia. Tras cosechar el 20D el peor resultado de la historia del PSOE, fiel a su leyenda voluble trató de formar Gobierno pactando con Ciudadanos, al que él mismo había calificado como «la derecha». Seis meses después, y superado su propio fracaso con solo 85 escaños, todos dieron por hecho que dejaría gobernar al PP, pero dio otro giro y trató de hacerlo él con Podemos, un partido al que había identificado con «el populismo».

De la mano de Podemos

La sospecha de que estaba dispuesto a culminar ese viaje pactando con los independentistas para formar Gobierno fue lo que consiguió el aparente imposible de poner de acuerdo en su contra a Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. Susana Díaz fue solo el instrumento que los que se consideran guardianes de la tradición socialdemócrata han usado para acabar con Sánchez.

Pese a sus evidentes carencias políticas, Sánchez ha sido sin duda el secretario general mejor formado del PSOE. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y máster en Política Económica de la Unión Europea, trabajó en la empresa privada ganándose un buen sueldo, una rareza entre los políticos españoles, y habla fluidamente inglés y francés. Pero, culpable o no, deja al partido en la que probablemente es la situación más dramática de su historia.

Sus sucesores tendrán que escoger entre lo malo y lo peor

¿Y ahora qué? Es difícil predecirlo. Pero quienes han acabado con el liderazgo de Pedro Sánchez no tienen precisamente motivos para el optimismo. Se enfrentan a un escenario diabólico, en el que tendrán que escoger entre lo malo o lo peor. Es decir, entre abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy para cargar con el estigma de ser para siempre los socialistas que facilitaron el Gobierno de la derecha, o llevar al partido a unas terceras elecciones en las que, después de lo de ayer, solo pueden aspirar a superar su peor resultado histórico, haciendo bueno así el suelo de 85 escaños que heredan de Sánchez. La gestora estará presidida por el presidente asturiano Javier Fernández, una figura que hasta ahora concitaba un enorme respeto en todos los sectores del partido, pero que se ha dejado muchos pelos en la gatera al pronunciarse, y muy duramente, en contra del que hasta ayer era el secretario general del partido.

Dar la cara decidiendo que el PSOE se abstenga, tratando así de que Susana Díaz eluda esa responsabilidad, sería lo mismo que certificar su defunción política, cerrando de manera muy amarga su larga trayectoria. No hay que descartar por ello que se produzcan movimientos y presiones para que el PSOE mantenga su no a Rajoy. Y, en ese caso, la culpa de la derrota tendría que gestionarla el próximo candidato. Sin olvidar que Pedro Sánchez se podría presentar a las primarias y resurgir de sus cenizas. Entre lo malo y lo peor.