Peor que un Barça-Madrid

MARILUZ FERREIRO BARCELONA | ENVIADA ESPECIAL

ESPAÑA

El jugador del Barcelona Gerard Piqué, votando junto a su hijo Milan
El jugador del Barcelona Gerard Piqué, votando junto a su hijo Milan

En Barcelona, la jornada electoral se vivió con más expectación y visceralidad que un clásico, mientras que los turistas observaban curiosos el trasiego completamente ajenos a la votación

28 sep 2015 . Actualizado a las 10:39 h.

El paseo, el roscón y la papeleta. Barcelona se despierta con un añadido a la rutina dominical. Colas en los colegios electorales y en las reposterías. Hambre de urna y de tortell (roscón) antes de la comida familiar. Y más de una sonrisa nerviosa. Un domingo, sí. No un domingo cualquiera.

Barcelona era una ciudad amurallada rodeada de un puñado de pueblos. Pero se trazó una malla de calles para unirlos. Siguen siendo mundos cercanos pero distintos. En Sarriá los votantes esperan tranquilamente ante un colegio electoral. Hay afluencia también en la charcutería Semon, la tienda gourmet en la que se abastecía la familia Urdangarin. Va y viene sin prisas la «gente de orden», que dirían en la capital catalana. El viejo dinero está en Bona Nova. El nuevo, en Pedralbes. Aquí es más difícil encontrar esteladas o senyeras. La procesión va por dentro.

El independentismo y el ambiente electoral es más visible en otros barrios. Balcones, camisetas, pulseras e incluso pendientes y coleteros. Los soberanistas sienten que tienen el viento a favor. Citan canciones de Lluís Llach, candidato por el Junts pel Sí, y dicen abiertamente a quién votan. Los interventores se muestran exultantes. «Ganaremos, de noche iremos a celebrarlo a la calle», dice eufórica Marta Piqué, estudiante de Barcelona, después de acudir a su mesa electoral. Otros confiesan que seguirán en casa el escrutinio con los más íntimos. Amigos, familia.

Como en una final

Las elecciones se viven con más expectación y visceralidad que un Barça-Madrid, pero no de un Barça-Madrid anodino, de un duelo de final de Champions. «Da vértigo», reconoce un votante de mediana edad que no apoya la opción soberanista. Mientras, los turistas juegan en otra liga. Antiguamente las ramblas eran los aliviaderos que llevaban al mar el agua de las lluvias torrenciales tan propias del Mediterráneo. Ahora, las principales son un cauce de los miles de visitantes que pasan el domingo en su propia burbuja, buscando las huellas de Gaudí en el mapa. Por la tarde, un grupo de japonesas salen de la basílica de Santa María del Mar embelesadas por ese gótico austero. «Están votando algo, un referendo, algo...», aciertan a decir. Dos parejas de británicos parecen centrarse en otro debate: cerveza o sangría. Dicen que no les interesa hablar de política. Pero miran con curiosidad el trasiego de votantes, que ha bajado de intensidad con el paso de las horas. Ha pasado la gota fría de votos de este septiembre.