Se busca al estratega que se equivocó

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

RAÚL CARO | EFE

Alguien convenció a la cúpula del PP, o se convencieron ellos mismos, de que el fenómeno Podemos hasta podía venirles bien

24 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Resultados en mano, lo que se veía venir se confirma. Alguien convenció a la cúpula del PP, o se convencieron ellos mismos, de que el fenómeno Podemos hasta podía venirles bien. Por un lado, erosionaba el voto socialista desencantado y, por otro, los votantes asustados por la llegada de las hordas bolivarianas correrían a buscar refugio en el PP. Comprado ese análisis, los medios afines, especialmente los privados, escritos y audiovisuales, se dedicaron a regalar a Pablo Iglesias la mayor campaña de promoción política gratuita que se recuerda. Según esa teoría, supuestamente ingeniosa, en las urnas del 22 de marzo debía de haberse producido una quiebra del Partido Socialista, un afianzamiento del PP como primer partido, como ya sucedió en las últimas andaluzas, y la constitución de Podemos como primera fuerza de la oposición por encima del PSOE, tal como pronosticaban a escala nacional algunas encuestas. De haber sido cierto, el panorama quedaría listo para que Pablo Iglesias «asaltara el cielo», según él mismo vaticinó, pero con el PP gobernando en la Tierra. Y socialistas más Izquierda Unida enviados a cuidados intensivos.

Pero el estratega se equivocó dramáticamente, al menos en Andalucía. A pesar de contar con toda la artillería mediática para que las cosas salieran bien, y siempre con la inestimable colaboración de la jueza Alaya, que imputa a diario pero no resuelve jamás, resulta que los socialistas se colocaron en el primer puesto a cómoda distancia del descalabrado PP, mientras que Podemos se quedó a 32 diputados de los socialistas a los que supuestamente podía disputar el primer puesto de la oposición. Con estrategas así, cualquier catástrofe será difícil de evitar.

En primer lugar, porque, con ser cierta e inadmisible la corrupción que anegó los aledaños de la Junta andaluza gobernada desde siempre por los socialistas, el PP no tenía precisamente autoridad moral para denunciarla habida cuenta de sus imputaciones por financiación ilegal y por los casos Gürtel, Bárcenas y Púnica. Eso sin reparar en Valencia o Baleares.

En segundo lugar, porque los socialistas, con Susana Díaz en Andalucía y Pedro Sánchez en Madrid, estaban demostrando capacidad para renovarse y para levantar un cordón sanitario sobre los pasados casos de corrupción y de malas prácticas. Y la ciudadanía, aunque escéptica, percibió el esfuerzo.

En tercer lugar, porque Podemos se pasó de triunfalista y su líder Pablo Iglesias se paseó por los platós televisivos presentándose como «líder de la oposición», algo que los entrevistadores no se atrevieron a cuestionarle, pero que a la ciudadanía, bastante más sensata que políticos y periodistas, le produjo más hilaridad que miedo.

Y en último lugar, y no por ello menos importante, porque apareció un partido nuevo, Ciudadanos, que hasta las Navidades no decidió salir de Cataluña y competir en toda España, que arrancó en Andalucía solo un mes antes de las elecciones y que ha levantado cuatrocientos mil votos ante el asombro de populares y populistas. Solo las dos semanas anteriores, cuando vieron crecer la marea, el PP más rancio empezó a descalificar a Albert Rivera por ser catalán, olvidando que se distingue en Cataluña por defender a España. Y, por cierto, que resulta ser tan nieto de malagueños como paisano del candidato popular Moreno Bonilla que nació en Barcelona por ser hijo de emigrantes. La estrategia, como se ha visto, fue un fracaso y la táctica, un fiasco. Los resultados lo prueban.

Pero no queda ahí. Ya sabemos que el caso andaluz no es extrapolable al resto de España y que el PP es hegemónico, o lo era, en Madrid, las Castillas, Valencia, Murcia, Rioja y en menor grado en Galicia, Aragón y Extremadura. Pero ahora el ciudadano sabe que el PP no siempre gana, que el PSOE no está tan desahuciado, que Podemos crece espectacularmente pero no arrolla y que votar Ciudadanos no es precisamente tirar el voto. Todo eso, a la vez, puede configurar unos resultados en las municipales y en otras autonómicas distintos a como se los imaginaba el estratega que se equivocó en Andalucía y la dirección del partido que le compró el cuento.