España va del desconcierto del PSOE a las idas y venidas de Artur Mas y a los problemas del PP
31 mar 2013 . Actualizado a las 08:00 h.España, en las últimas semanas, ofrece la imagen de un país poco serio en la política, la justicia y, por qué no decirlo, en algunos medios de comunicación. De la preocupación en política da cuenta el desconcierto del PSOE, el ida y vuelta de Artur Mas, la cosa nostra de los ERE en Andalucía y la convocatoria del máximo órgano directivo del PP para el 3 de abril porque el efecto Bárcenas deteriora seriamente la moral y ya dimiten algunos concejales. La confianza hacia los políticos se desploma y la agresividad popular crece. La escena del acoso a domicilios de diputados resulta inquietante y no presagia más que alguna situación que ojalá no haya que lamentar.
¿Y que decir de la Justicia? Al final han arrebatado el caso Bárcenas al juez Gómez Bermúdez, al que le tocó en su juzgado el asunto en un sorteo informático y que no quería soltarlo. Pero puso en evidencia en solo una semana al juez Pablo Ruz y a la mismísima Fiscalía, que se dieron por aludidos en su abulia procesal. A ver ahora cómo siguen, porque un voto particular de la sala de lo Penal de la Audiencia Nacional ya advertía que darle la competencia al juez Ruz supondría un «seguro entorpecimiento» de la instrucción. Segunda oportunidad.
En el otro gran proceso mediático, el caso Nóos, relevante por la implicación del yerno del rey, el inefable Iñaki Urdangarin, ya sería hora de que el juez balear José Castro le pusiera límites al insidioso procesado Diego Torres. Si tiene otras supuestas pruebas que aportar, que lo haga de una vez con una fecha límite, pero programar a su antojo el ritmo de entrega de correos de Urdangarin, marcando el ritmo del proceso, no se había visto nunca. Lo normal es que manden los jueces y no los procesados.
¿Y qué decir de algunos medios? La escasez de criterio profesional y el aliento a la insumisión inquieta a los políticos, pero también a cualquier ciudadano razonable. El que más se pasa es más noticia y pasarse es, hasta ahora, sinónimo de impunidad, como la del sindicalista de la CIG que vació una botella de agua en la cabeza del alcalde de Porriño al grito de «¡hay que mojarse!».
Más propuestas, menos gestos
Lo peor es que esos incidentes marcan la imagen de país y de cada comunidad. Galicia, por ejemplo: sus cuentas son complicadas por la deuda, pero no dramáticas como las de Valencia o Cataluña. Su equilibrio presupuestario es relativo y ayudan decisiones como la de Núñez Feijoo paralizando la obra faraónica de la Ciudad de la Cultura, con la que convencieron a Fraga de que había que dar replica al Museo Guggenheim de Bilbao. A mayor gloria de los «convencedores».
Pero la imagen de Galicia la dan estas semanas los preferentistas interrumpiendo plenos municipales, que acaban requiriendo la intervención de los antidisturbios de la Guardia Civil y consiguiendo gran presencia en los telediarios. Se diría que algunos diputados, sobre todo nacionalistas, tratan de engancharse a su rueda para recuperar posiciones electoralmente perdidas. La fotografía de una diputada del BNG en el Parlamento de Galicia luciendo esta semana la camiseta amarilla de los preferentistas mientras entregaba un táper con comida al conselleiro de Educación en protesta por las tasas de los comedores escolares merece una reflexión seria sobre donde está el límite del show en las instituciones.
En estas circunstancias difíciles, de los padres de la patria, y de los de la patria galega también, cabe esperar propuestas, imaginación y política. La ciudadanía está decepcionada con sus gobiernos pero así no la entusiasmará la oposición. Solo con gestos tan discutibles no se construye una alternativa creíble ni se resuelve la frustración popular.
Crónica política