Menos mal que nos queda el fútbol

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

España es ahora mismo un conjunto de inseguridades jurídicas, políticas y hasta constitucionales, un país que se creía rico, pero está aterrizando en la dura realidad

11 jul 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En las notas de mi agenda esta semana, si me lo permiten, se resume el vivo retrato de este país en que vivimos. Lunes. Madrid. El presidente de una caja de ahorros del sur, con el que tomo un café concertado, soporta la incesante presión telefónica de una autoridad de su partido para que socorra a un gran ayuntamiento que no puede pagar los sueldos.

Martes. Barcelona. Un importante publicitario catalán se confiesa privadamente: «Los independentistas venden que Cataluña puede ser Dinamarca, pero el gran riesgo es que en realidad nos terminen convirtiendo en Albania».

Miércoles. El Escorial. En un curso de la FEMP (Federación Española de Municipios y Provincias), varios alcaldes advierten que ya no pueden prestar por más tiempo servicios traspasados, pero sin consignación presupuestaria. «Deberíamos presentar recurso de inconstitucionalidad, porque el artículo 142 exige que toda transferencia conlleve su financiación», dice con valentía Ramón Ropero , portavoz del PSOE en la FEMP.

La FEMP es una poderosa organización -en ella confluyen 8.111 municipios, a los que se suman diputaciones, cabildos y consejos insulares- pero de carácter privado, o sea de institucionalización pendiente. Como dijo en su día su anterior presidente, Paco Vázquez , ex alcalde de A Coruña, «nuestra legalización es similar a la de la Asociación de Criadores de Periquitos».

Jueves. Universidad de Barcelona. El catedrático Julián Santamaría , que vivió la victoria futbolística de España sobre Alemania el pasado miércoles 7 en el centro de la ciudad, expresa su sorpresa por la cantidad de banderas españolas que se ven por todas partes celebrando el triunfo. Pero él, que maneja encuestas y toma el pulso a la situación, concluye: «Esto está muy feo».

Viernes. El Tribunal Constitucional atiza la manifestación de Barcelona contra la sentencia sobre el Estatuto de autonomía de esa comunidad. «Es una provocación», señala entonces el presidente de la Generalitat, José Montilla. Sábado. La Vanguardia titula con una sola palabra en portada a cinco columnas: «Provocación». Las calles del centro de Barcelona por la tarde revientan a la llamada de más de mil entidades convocantes de la manifestación y crecen las dudas sobre el futuro político de la relación Cataluña-España.

Domingo: no es descartable que reaparezcan las banderas españolas en muchas calles y otros puntos de Cataluña, si España gana el Mundial en Sudáfrica, a pesar del mar de «señeras» que llenaron la ciudad el sábado, una parte de ellas, además, en su variante independentista. La bandera española luce en este período mundialista más allá de las connotaciones ideológicas que puede atribuirse a su uso.

Inseguridades

El periodista Enric Juliana escribió en La Vanguardia hace unos días: «España es ahora mismo un conjunto de inseguridades». Tiene bastante razón: inseguridades jurídicas, políticas y hasta constitucionales. Pero su afirmación debe completarse para entender qué nos pasa, con el título del reciente libro de un importante emprendedor andaluz, el veterano ingeniero José Luis Manzanares : «Crónicas de un país que se creía rico». El aterrizaje a la realidad está resultando francamente duro.

Cómo estarán las cosas en la comunidad de Cataluña, atizada la hoguera entre separatistas catalanes y separadores mediáticos o judiciales en Madrid, que la llegada de Sandro Rosell a la presidencia del F.?C. Barcelona es el elemento de mayor estabilidad conocido en lo que va de año. En su toma de posesión, Rosell habló por supuesto en catalán, pero también pronunció algunas palabras en castellano y otras en inglés. Y a los pocos días se plantó en Mérida para reunirse con el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara , destacado barcelonista, al que Joan Laporta insultó grave y repetidamente solo por haber pedido un gesto hacia los culés no catalanes cuando se celebraron las seis copas en el Camp Nou.

Es un gesto, el de Rosell, que deben agradecerle todos los barcelonistas, que en su inmensa mayoría creen en un Barça local, pero también global. Laporta lo quería exclusivamente local, como un mero instrumento para su proyecto independentista, y la globalidad la reducía a la venta de camisetas y otros recuerdos del equipo en todo el mundo. Hoy Rosell, que ganó con más del 60% de los votos, seguro que lo haría por un porcentaje muy superior.

Está por ver cómo influye electoralmente la sentencia de un Tribunal Constitucional que no se resistió a actuar políticamente. El convergente Artur Mas puede gobernar, pero Montilla no cede y Joan Laporta, aliado con Reagrupament, una escisión de Esquerra, obtendrá algunos escaños. Lo sabremos en otoño.