Mientras el líder popular intenta neutralizar los petardos de Valencia, el presidente del Gobierno descubre que la política internacional tonifica el desgaste en la Moncloa
18 oct 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Debe haber sido una de las semanas más felices de la vida de Zapatero. El martes, dos horas en la Casa Blanca con el premio Nobel Barack Obama -no se sabe aún si por su contribución a la paz o la comunicación- y de ahí a Oriente Medio, el avispero del mundo. Mientras, Mariano Rajoy seguía adelante, con María Dolores de Cospedal como artificiera y escudo, desactivando petardos en Valencia. Los de Madrid los deja para más adelante. Ya ha advertido de que sus tiempos los decide él.
El lunes en la recepción del Palacio Real se les veía a ambos tranquilos. Zapatero acababa de soportar imperturbable una pitada en el desfile, que hasta incomodó a Ruiz Gallardón y a Núñez Feijoo, pero confesaba estar muy animado. Diríase que ya estaba con un pie en el avión del que no piensa bajarse hasta el mes de julio próximo cuando entregue el testigo de la presidencia europea. Más que en el aire, Zapatero está ya en órbita y anuncia que acudirá en enero a la mítica reunión de Davos, en Suiza, donde se cita el poder económico mundial, aunque para entonces la economía española siga sin recuperarse y liderando el paro en Europa. Como le sucediera a González y Aznar en su segunda legislatura, ha descubierto la política internacional que tanto tonifica por el desgaste de las miserias internas.
Mientras dure su viaje espacial, su gente le cuidará la casa como pueda. De momento ya han convencido a vascos y canarios de que aprueben los Presupuestos Generales del Estado. Con los catalanes no hubo forma de entenderse. La derecha acusa a los socialistas de que ha comprado esos votos pero en cualquier momento pueden replicar con una cita textual de Xabier Arzalluz, año y medio después de la llegada de Aznar al poder: «Hemos conseguido más cosas en trece meses de gobierno de los populares que en trece años con Felipe González». Es el mercadeo propio de las mayorías insuficientes. Y cuando son absolutas, casi peor, vistas las experiencias que tenemos.
En el Palacio Real, Rajoy advirtió a los periodistas invitados que no quería hablar de política, pero deleitó a los presentes desvelando que hizo la mili en Valencia destinado, precisamente, en el servicio de limpieza.
Francisco Camps no se dio por enterado, porque al día siguiente convocó una reunión para cesar a Ricardo Costa, pero la concluyó sin hacerlo y dedicándole un aplauso. Y Rajoy pedía un gesto purificador. Las caras serias de González Pons y Federico Trillo, a la salida, anunciaban que solo quedaba el recurso de los artificieros para desactivar el petardo valenciano y evitar una explosión mayor.
Otra cosa no menor es que Costa, tan imprudente en sus conversaciones privadas con el Bigotes y tan desafiante en las públicas con su partido, es quizás el que menos responsabilidades tenga, como él mismo aclaró: «Camps me lo presentó y me dio la orden de trabajar con él. Y de los contratos de la Administración no sé nada porque yo no tenía cargo». Cierto. Quería ser consejero y le pidió al Bigotes que convenciera a Camps de que lo nombrara.
Decididamente, el PP valenciano, y a ratos el nacional, han dado estos días una brillante lección sobre «cómo no se debe manejar una crisis», digna de ser impartida en escuelas de negocios y de comunicación. Los despropósitos los han salpicado con frases ocurrentes del orden de «el viernes a las cuatro se acaba la fiesta» (González Pons), «la fiesta no ha hecho más que comenzar» (Ricardo Costa) o «no metería la mano en el fuego por Camps» (Manuel Fraga). Al ser preguntado, en medio de la confusión, por el nombre del secretario general popular valenciano, el zaplanista Martínez Pujalte se pitorreó: «Esa pregunta reconozco que no me la sé».
Veremos qué viene ahora, porque faltan 50.000 folios del sumario Gürtel por conocer. Pero hay cosas que ya sabemos: en contra de lo que sueñan los socialistas, es muy posible que todo este sainete no merme votos al Partido Popular en España, que encabeza las encuestas, y que Camps revalide su victoria por mayoría absoluta. Pero su credibilidad se ha resentido seriamente, como expresan diversos empresarios y financieros consultados.