Menos política vieja y más innovación

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

Ha llegado el momento de hablar en serio del «cambio de modelo productivo de España» para salir de la actual crisis y ser más competitivos en la era posladrillo

19 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La esperanza renace porque hay asuntos engorrosos que se cierran, o que van cerrándose: Zapatero pretendió dar ayer carpetazo ante los suyos a la dichosa financiación autonómica y en el PP se suspiró al conocer que, por fin, su tesorero Luis Bárcenas y el diputado Jesús Merino declararán ante el Tribunal Supremo como «imputados provisionales», inédita figura legal que permitirá desbloquear un feo asunto. Mariano Rajoy podrá ir por España con mayor comodidad, sin que le espere en cada escala una pregunta incómoda sobre la posible relación de algunos populares con la supuesta red de corrupción. Y evitará también el reproche en silencio de su gente sobre su indecisión al respecto.

Cierto que en el horizonte de este invierno se anuncian ocho mil muertes por la gripe A y algunos políticos ya calculan el juego que puede dar la noticia y el desgaste en su día al Gobierno. Pero con algunas incógnitas resueltas y otras aplazadas -como la sentencia del Estatut y la aprobación de los Presupuestos de este año- acaso ha llegado el momento de hablar en serio de innovación en la economía española. O en términos políticos del «cambio de modelo productivo de España» para salir de esta crisis y ser más competitivos en la era posladrillo.

Ese trascendental movimiento es el que impulsó esta semana en Madrid la ministra Cristina Garmendia en una conferencia, digna de ser leída y debatida, que le escucharon destacados representantes de la economía, la industria y la cultura del país. Profesora y bióloga, la ministra llenó de esperanza a los allí presentes con datos prudentes y con la idea de un ambicioso proyecto «para convertir a España en el 2015 en una de las diez potencias innovadoras del mundo». En boca de otro, o de otra, hubiera resultado una mera declaración propagandística. Con su solvencia, sonó a proyecto serio. «Esta ministra es el gran acierto de Zapatero», comentó en privado Juan Soto, ex presidente de HP. «De acuerdo con la ministra, pero recordaría que hace falta atraer y retener talento», puntualizó Jesús Banegas, presidente de la patronal AETIC. «España necesita que la ministra tenga éxito y que dedique más tiempo a los empresarios y menos a los burócratas», proclamó Antonio Garrigues Walker.

Como lo que no se mide no avanza, según sentencia del propio Garrigues, Garmendia presentó un observatorio sobre el estado de la innovación en España y anunció medidas, políticas y créditos desde el Cedeti, como ventanilla única, para dar un gran impulso a lo que llamó «la industria de la ciencia». En vez de hablar de «brotes verdes en la economía», prefirió convencer al auditorio sobre «las evidencias que existen de la transición hacia una economía innovadora», apostando por «la innovación como palanca decisiva de recuperación». Pero lo más importante: destacó su visión amplia de la innovación, más allá de la economía verde, reclamando que los sectores de la construcción y del turismo se incorporen a esa pasión por modernizarse.

Si este fuera un país más serio de lo que es, ante una declaración de esta profundidad, los medios de comunicación le hubieran dedicado más espacio y los partidos de la oposición estarían estudiando el asunto a fin de aportar críticas para mejorar el proyecto. Incluso el resto del Gobierno se daría por aludido, dado que la ministra dijo que «la innovación debe de ser transversal» y no particular de un departamento o un sector económico. Por fortuna, estaba allí el ministro de Educación y las titulares de Vivienda y Cultura. Algo es algo. Pero ni siquiera tenemos constancia fehaciente de que el Gobierno en pleno toque la misma partitura. La oposición, de momento, se dedica a desconsiderar en cuanto puede el concepto «nuevo modelo productivo» y los medios siguen, salvo honrosas excepciones en las anécdotas, los trajes de nunca acabar de planchar y el último exabrupto de quien sea.

Es el contraste entre la política vieja, que no conduce más que a mal administrar los problemas sin resolverlos a fondo, o la política de la innovación, que trata de dibujar una economía distinta para competir en la sociedad del conocimiento. Ahí se juega nuestro futuro.