Entre las lágrimas y el champán

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente LA VOZ | MADRID

ESPAÑA

Marcelino Camacho, Blas Piñar, Juan Marsé, Fernán-Gómez y Martín Arrosagaray (el periodista que anticipó la noticia) relatan a La Voz cómo vivieron aquel día

19 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

Unos lo celebraron con champán. Otros lloraron amargamente. Algunos estaban en la cárcel por oponerse a la dictadura. La Voz consultó ayer, un día antes de que se cumpliera el 30 aniversario de la muerte de Franco, a representantes cualificados de esas tres formas de encarar el acontecimiento que cambió España, que relatan sus reacciones de aquel día. También al periodista que anticipó la noticia. «Ese día me encontraba en Marbella dirigiendo la película La querida. Celebré el acontecimiento histórico con champán, en compañía de Emma. Ambos estábamos de acuerdo en que, más que la muerte del dictador, celebrábamos el final de la dictadura», recuerda el actor, escritor y académico Fernando Fernán-Gómez, que ahora tiene 84 años. El novelista barcelonés Juan Marsé, de 72 años, no ocultó su euforia. «Recuerdo que fui a celebrarlo al bar Boadas, en las Ramblas, con Manolo Vázquez Montalbán, el Perich y la gente de la revista Por Favor, y corrió el whisky. Ese día primó la alegría sobre el temor, al ver finalmente muerto al criminal del Caudillo. Nadie gritaba, todo eran miradas de complicidad». Pero añade que «la sombra del general todavía es alargada». El sempiterno líder de la ultraderecha Blas Piñar vivió con suma tristeza aquella «fecha inolvidable». A sus 87 años, este notario jubilado y fundador de Fuerza Nueva recuerda el «sentimiento hondo y profundo» que le provocó la noticia. Admite que es «muy emotivo» y que posiblemente lloró, aunque «las más importantes son las lágrimas interiores. Las exteriores, a veces, son de cocodrilo». «No tengo un recuerdo muy fidedigno de lo que hice, pero sí de que concentré mi atención en la muerte de Franco y en cuál iba a ser el futuro de España», recuerda. Ahora, critica «el proceso de degeneración de España, que está en trance de disolución». ¿No ve nada bueno en la democracia? «Pues no». ¿Ni siquiera la libertad de expresión? «¿Para qué?, ¿para la pornografía, el sida, la calumnia, la imposición dictatorial del silencio a los que no están de acuerdo, como yo?». De la represión de la dictadura sabe mucho Marcelino Camacho, que pasó 14 años en cárceles y campos de concentración franquistas. El veterano sindicalista de 87 años, fundador y ex secretario general de Comisiones Obreras, recibió la información de la muerte del máximo responsable de su encarcelamiento en Carabanchel, pero no reaccionó con resentimiento. «Cuando murió Franco me alegré porque se vislumbraba el final de la dictadura fascista, no por la muerte de un ser humano», afirma. ¿Pero no sentía odio hacia él? «El problema no era la persona, sino su actuación y lo que representaba», responde. Y, ¿quién dio la noticia de la muerte? Fue Marcelino Martín Arrosagaray, entonces redactor jefe de noche en la agencia Europa Press y que ahora tiene 58 años. «A las once y cuarto de la noche del día 19 me llamó Mariano González, el periodista que teníamos en el Hospital La Paz. Habían llegado allí familiares y miembros de las Casas civil y militar, lo que no era normal a esas horas», dice. «Revolucioné a mis fuentes y, cuando me lo confirmaron cinco de primera calidad, llamé a mi director, Antonio Herrero Losada, padre de Antonio Herrero. Lo desperté y se lo dije. Me autorizó a dar la noticia, lo que hice a las 4,58 de la madrugada del día 20». «Franco ha muerto. Franco ha muerto. Franco ha muerto», repiquetea el teletipo de Europa Press. El director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez, le echó una bronca monumental: «¿De dónde coño te has sacado esto? Es mentira. Franco no ha muerto. Te vas a tragar el teletipo». Pero el dictador había muerto horas antes.