Jane Goodall nos enseñó a comprender para actuar y a actuar para salvar

Marcos Pérez Maldonado FÍSICO Y DIVULGADOR CIENTÍFICO

ESCUELA

Agustin Marcarian / REUTERS

Esta activista, que comenzó su camino acercándose a los chimpancés en una reserva de Tanzania, acabó trabajando por la crisis climática y la pérdida de biodiversidad

07 oct 2025 . Actualizado a las 04:14 h.

La idea de que los seres humanos ocupamos un lugar especial en la naturaleza está muy arraigada en occidente, pero en realidad surge en las primeras culturas de oriente próximo y se propaga después por Grecia y el mundo cristiano. En cualquier caso la ciencia nos ha demostrado que es una idea falsa. Galileo encontró primero las pruebas de que la Tierra, antaño el centro del universo, no era más que otro planeta orbitando alrededor del Sol, que a su vez no debía ser muy distinto del resto de estrellas que pueblan el firmamento.

Más tarde, Darwin demostró que los seres vivos no aparecieron tal y como los vemos ahora, sino que todas las especies —incluida la nuestra — son el resultado de un proceso de constante innovación genética y adaptación al medio que llamamos evolución. ¿Qué era entonces lo que nos hacía especiales? ¿El lenguaje? No hay más que escuchar a las aves. ¿Sociedades complejas? Mirad las hormigas. El único rasgo que parecía distinguirnos del resto de seres vivos parecía ser la capacidad de crear y utilizar herramientas, es decir, de transformar objetos del medio natural y usarlos para nuestros propios fines. Esta capacidad ya aparecía en los yacimientos de nuestros antepasados como los neandertales o los todavía más antiguos Homo habilis que Louis y Mary Leakey excavaron en Tanzania a mediados del siglo XX.

Los Leakey creían que para conocer mejor a estas especies de humanos ya extinguidas debíamos estudiar a los chimpancés, nuestros parientes vivos más cercanos. Este tipo de observaciones ya se habían realizado en cautividad, pero Leakey buscaba a alguien que pudiera hacerlo durante largos períodos de tiempo con animales en su medio natural. En su camino se cruzó Jane Goodall, una joven sin estudios universitarios que, fascinada por los animales y por África, llegó como visitante a Kenia y le convenció de que era capaz de asumir el desafío. En pocos meses, la joven Jane logró acercarse pacientemente a los chimpancés de la reserva del bosque de Gombe, en Tanzania, e hizo un descubrimiento asombroso. Uno de los animales que observaba, al que llamó David Greybeard, despojaba ramitas de sus hojas para introducirlas en los termiteros y extraer nutritivos insectos. «Ahora debemos redefinir el significado de herramienta, redefinir el significado de humano o aceptar a los chimpancés como humanos», aseguró Leakey al tener noticia de la observación.

Goodall también descubrió que cada uno de los chimpancés del grupo que observaba tenía su propia personalidad y expresaba sus sentimientos de una forma particular. Y no solo era complejo su comportamiento como individuos, sino que la organización social era también muy sofisticada. El grupo de chimpancés creció tanto que acabó dividiéndose en dos facciones, que no tardaron en distanciarse y enfrentarse. Durante el conflicto, Goodall describió la organización de patrullas de chimpancés vigilando las fronteras de sus territorios y ataques coordinados a individuos del bando contrario. Estos comportamientos revelaban una capacidad de planificación y organización social que solo parecía al alcance de los humanos.

Crisis climática

Con los años, Goodall comenzó a preocuparse primero por la supervivencia de las comunidades de chimpancés y otros grandes simios, y después por la crisis climática y la pérdida de biodiversidad que amenaza la supervivencia de todos ecosistemas de los que inevitablemente también formamos parte. Quizá la parte más importante de su legado como activista sea la noción de que solo cuando comprendemos podemos preocuparnos; que solo cuando nos preocupemos, podremos actuar; y que solo cuando actuamos, podremos salvarnos.