Cuenta la universitaria que hay quien le pregunta si está loca para ponerse a opositar con 24 años. «Sí, hay gente que lo piensa, porque dicen que pierdes tus 24, tus 25, y que no sabes si vas a aprobar o ni siquiera tienes fecha para presentarte. Sin embargo, yo pienso que puedes perder dos años, tres o cuatro, sí, pero te queda el resto de tu vida», señala Uxía, que visualiza la meta con frecuencia: «Conseguir una plaza te da una tranquilidad... Igual cobras más en la privada, pero yo priorizo la calidad de vida». Esa calidad de vida la traduce rápidamente en tres conceptos clave: estabilidad, sueldo fijo y buen horario de trabajo. «Esta es la mejor opción, al menos mientras haya crisis, pandemia y demás. Es duro estudiar sin beneficios económicos, pero si me sale, consigo un trabajo fijo de lunes a viernes en horario de mañana. Eso no hay quien lo pague, es una aguja en un pajar», mantiene.
Por desgracia, la de la empresa privada es una opción que muchos jóvenes como ella descartan antes de empezar, fruto de lo infladas que están las expectativas en muchos procesos selectivos que exigen un maratón de títulos sumado a una experiencia que todavía no tienen. Es, por así decirlo, la pescadilla que se muerde la cola. «Sin experiencia no puedes entrar, pero tampoco te la dan. En mi caso, yo no voy a estudiar un máster porque solo me daría tres puntos más en los méritos de la oposición y supondría otros dos años estudiando, y más dinero. Prefiero emplear esos años en la oposición, y el dinero en la academia para prepararla. No necesito ese máster, pero en la privada, sin cinco másteres y siete idiomas tienes poco más que hacer», reconoce resignada.