23 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Después de varios meses de dudas, al fin el presidente Obama ha dado un paso, que parece decisivo, hacia la reforma en profundidad del sistema bancario norteamericano. Del criterio de prudencia un tanto mojigata frente al mundo financiero, mantenido por su equipo económico a lo largo del 2009, se pasa ahora a seguir los consejos del asesor áulico Paul Volcker, cuyas posiciones críticas sobre las finanzas de su país son bien conocidas.

Se trata de una reforma dirigida, sobre todo, a reducir el tamaño y restringir el campo operativo de los bancos, volviendo en gran medida a la antigua separación -tan erosionada durante las últimas décadas- entre la vieja buena banca de depósito y la inversión puramente especulativa, lo cual puede originar incertidumbres y problemas de liquidez en el corto plazo, pero es una gran noticia en una perspectiva más amplia. Además, coincide con la aparición de ciertas propuestas para reintroducir controles sobre los flujos internacionales de capital, a las que la Administración Obama hasta el momento se ha opuesto, pero que ya no son cosa de impenitentes radicales, sino que están apoyadas por algunos importantes Gobiernos. ? Por lo demás, es obvio que en la decisión hay mucho oportunismo: Obama busca un nuevo impulso político apoyándose en el creciente pathos de profundo malestar popular frente a los excesos de la banca. Una prueba más de la importancia de los ya famosos animal spirits en el diseño de reformas para la salida de la crisis.