El último discípulo de Gutenberg

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

miguel souto

Luis Veiga dirige en A Estrada una imprenta donde aún se usan a veces los tipos móviles y pervive una máquina de pedal al estilo del cine Western

21 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El último discípulo de Gutenberg se llama Luis Veiga García y tiene un negocio en A Estrada. Está camuflado en el número 14 de la calle Pérez Viondi. Es fácil pasar de largo, porque desde el exterior no hay ningún rótulo que obligue a volver la vista. Los clientes saben perfectamente donde está y van a tiro fijo. Para el resto, encontrarse la puerta abierta y echar un vistazo al interior puede ser un auténtico descubrimiento. Traspasar el umbral es como viajar en el tiempo.

La imprenta García Briones —que así es como se llama— se conserva casi igual que cuando abrió sus puertas en el año 1953. Por supuesto que hay añadidos modernos, para adecuar el trabajo a los nuevos tiempos, pero también se mantienen reliquias del pasado que recuerdan más a Johannes Gutenberg y su imprenta de tipos móviles que a los sistemas de impresión del siglo XXI.

Luis Veiga no tiene inconveniente en mostrarlos al visitante, orgulloso de sus raíces y de su pequeño museo viviente. El taller lo abrió su abuelo, Juan García Briones, que ya procedía de una familia de impresores. Su padre tenía una imprenta en Vilagarcía, pero murió joven a causa de la epidemia de gripe que asoló la zona en aquella época. Su madre, Juana Briones, se vino a A Estrada y montó una imprenta en la calle Serafín Pazo en la que Juan García Briones dio sus primeros pasos como impresor. Después, la madre se fue y el hijo empezó a trabajar en la imprenta del periodista estradense Xosé Otero Abelleira. Lo dejó cuando tuvo que ir a la guerra y, al volver, fue cuando montó su propio negocio en la calle Pérez Viondi, exactamente en el mismo bajo que ocupa hoy.

Luis Veiga conoció el oficio echándole una mano a su abuelo para sacarse un dinero extra. Tenía 16 años. «Me daba 25 pesetas en una época en la que con dos pesetas y medio arreglábamos el domingo y aún sobraba», recuerda Luis. «Aprendí a usar los tipos móviles. Se montaban las letras en los moldes, en los componedores. Aquello era un trabajo tremendo. Hoy menos mal que hay otros medios, porque los dedos ya no tienen aquella agilidad para componer y la vista tampoco es la misma», comenta el impresor.

En el local todavía luce el flamante armario de madera repleto de cajoncitos en los que se organizan todos los tipos.

«Mi abuelo tuvo que dejar el trabajo tras una embolia y se quedó echando una mano mi tío Luis García Valcárcel hasta que ya tomé yo el relevo. Yo había empezado a estudiar Lengua y Literatura en la UNED, pero con 22 años lo dejé. Aquellos eran tiempos de mucho trabajo. Sobre todo por las funerarias. Antes había un muerto y repartías 800 esquelas portal a portal. Ahora se ponen cinco o seis», cuenta. «Se trabajaba todos los días del año porque el 31 de diciembre moría gente y el 1 de enero también. Hacíamos tanto las esquelas de las defunciones como los recordatorios de los aniversarios. Había que estar siempre al pie del cañón», cuenta.

Luis Veiga tiene decenas de anécdotas relacionadas con erratas desafortunadas. Casi todas se debían más a malentendidos que a errores de composición con los tipos móviles. «Yo tenía muy buena vista para eso. Y aún la tengo. Cuando hay un fallo en un periódico, me salta a la vista por el aire», advierte.

«Con las esquelas era habitual tener que hacer cambios. En familias grandes, la gente podía olvidarse de incluir a algún pariente. También había pifias. Una vez en lugar de Santa Baia se había impreso Santa Valla», recuerda.

Un aparato que salió en la serie «Cuéntame» imprimiendo sin tener tinta siquiera

En la imprenta García Briones podría hacerse un repaso de la historia de la impresión en vivo y en directo. Además de todos los tipos móviles, en el local se conservan varias máquinas dignas de exhibirse en un museo. La más antigua es una Minerva del año 1.900. «Es de las de pedal, de las que salen en las películas del oeste», explica Luis Veiga. No tiene alimentación de papel. «Hice mucha pierna en esa máquina», cuenta el impresor. El aparato se conserva en perfecto estado, aunque ya no se usa.

La sucesora de la Minerva fue una Heidelberg de 1950, una máquina de aire con carga automática del papel. También es de tipos móviles y todavía sigue funcionando, aunque casi simbólicamente. «Aquí solo imprimo sobres para un cliente concreto», dice Luis.

La tercera reliquia es una máquina de la firma Jores que data de 1975. «Salió en algún capítulo de Cuéntame, aunque hacían como que imprimían y estaba sin tinta, que yo fue en lo primero que me fijé», cuenta el estradense riendo. «Se sigue usando para hacer hendidos para carpetas, lo que popularmente se conoce como huella, y para troquelados», explica.

Por último, en el local hay una impresora moderna que es la que a día de hoy hace «el 95 % del trabajo». «Hoy se hace todo en una pasada y queda archivado. Es una felicidad, sobre todo ahora que la vista y los dedos ya no están como antes», dice Luis Veiga.

Aparte de las máquinas, el impresor conserva en su santuario una interesante colección de octavillas. Son los flyers de antaño, que anuncian desde el estreno de la película El Cid en el teatro Principal de A Estrada hasta excursiones de la Peña Celtista «a Rianjo» por 20 pesetas.

La muerte de las esquelas y de las octavillas

La época dorada del negocio —la de las octavillas publicitarias y el reparto de esquelas—, ha pasado, pero la imprenta estradense sobrevive con una clientela fija y con tiradas cortas. «Fíjate, hace veinte años los buzones estaban llenos de publicidad todas las semanas. Ahora sucede tres veces al año: la campaña de los juguetes en Navidad, y cada vez menos, el reparto de publicidad electoral... y poco más. Ahora todo te llega al móvil», constata Luis. El grueso del trabajo son en la actualidad los talonarios de facturas y albaranes, las carpetillas rotuladas o los sobres con membrete, las rifas para colegios o comisiones de fiestas, las etiquetas troqueladas para firmas que venden por Internet o la cartelería para anunciar fiestas y eventos.