Todos son monumentos contra el colonialismo pero, si uno se fija bien, se encontrará, por ejemplo, con que el rostro del Monumento al Soldado Desconocido de Windhoek (Namibia), de 11 metros de altura, guarda un sospechoso parecido con el del primer presidente del país, Sam Nujoma, que fue quien lo encargó. Robert Mugabe, el dictador de Zimbabue, se hizo dos de estas estatuas para su 90 cumpleaños. El Monumento al Renacimiento Africano, en Senegal, es más alto que la Estatua de la Libertad y que el Cristo de Río de Janeiro. No representa al entonces presidente Wade, pero el diseño es suyo y, alegando las leyes de propiedad intelectual del país -que también dictó él- se reserva el 35 por ciento de los ingresos por turismo en el lugar.
A veces hay quejas. El presidente Wade mandó rehacer los rostros de su monumento porque a los escultores norcoreanos les habían salido muy asiáticos. El dictador Laurent Kabila, en su estatua de casi ocho metros en Kinshasa, parece que lleva uno de los trajes de Kim Jong-un. Pero, en general, los clientes están satisfechos.