Cinco segundos para seguir de líder en la Vuelta a España

Jon Rivas COLPISA

DEPORTES

El ciclista español Marc Soler, del Emirates, celebra su victoria en la decimosexta etapa de la Vuelta ciclista a España disputada este martes entre Luanco y Lagos de Covadonga, con 181 kilómetros de recorrido
El ciclista español Marc Soler, del Emirates, celebra su victoria en la decimosexta etapa de la Vuelta ciclista a España disputada este martes entre Luanco y Lagos de Covadonga, con 181 kilómetros de recorrido Javier Lizon | EFE

Ben O'Connor mantiene todavía una renta mínima después de su esfuerzo en los Lagos, donde ganó Marc Soler

03 sep 2024 . Actualizado a las 20:20 h.

Tres rostros de sufrimiento extremo, tres realidades de la carrera que está en ebullición. El primero, a muchos kilómetros todavía del desenlace de la etapa. Es el de Wout van Aert, ciclista cuatro estaciones, capaz de ganar en todos los terrenos, el gran animador de la Vuelta, que no puede esquivar la caída de uno de sus compañeros de fuga y estrella su rodilla derecha contra la pared en el peligroso descenso del Collado Llamena, donde ha empezado a llover; saltan piedras y tierra a la cuneta.

Como los ciclistas son de hierro, pide otra bicicleta e intenta dar unas pedaladas, pero desiste enseguida. La herida sangrante es brutal. En su gesto crispado, con la mirada perdida, tiene que renunciar de golpe a los dos maillots que viste, el verde de la regularidad, que cede a la fuerza a Kaden Groves, y el de la montaña, que por persona interpuesta porta Jay Vine, que se lo enfunda sin querer por la retirada del fenómeno belga.

Otro de los rostros dolientes es el de Marc Soler, como Van Aert, uno de los corredores que más vida le han dado a la Vuelta, escapado perpetuo en las etapas de montaña, con ese pedaleo agónico, el cuello que se retuerce buscando impulso en cada pedalada. Agarrado a la rueda de Max Poole, que le pide relevos y no se sabe si no quiere o de verdad no puede, porque su cara es un poema trágico en la Huesera, donde la subida a los Lagos desnuda a los más frágiles, pero aguanta, y después responde para distanciar a sus acompañantes y ganar tras varios intentos. «He dado muchas veces al palo, pero por fin he rematado».

El tercer hombre es Ben O'Connor, el rostro de la resistencia, aunque tal vez tenga ya muy pocas esperanzas, pero después de la crispación, de la fatiga y el sufrimiento todavía le quedaban arrestos para sonreír, puede que por última vez, vestido de rojo. Castigado por sus rivales en el Collado Llamena, después del ritmo duro del Movistar de Enric Mas, con el ataque de Mikel Landa y la respuesta de los otros aspirantes; tras veinte kilómetros de llano para asimilar lo que podría pasar después de las calles de Cangas de Onís y ascender la pendiente, todavía suave, hasta la basílica de Covadonga, cuando de verdad se empiezan a sentir las piernas duras.

Y después, aguantar la agonía del ataque de Landa, de la aceleración de Mas y Gaudu, de perder la rueda de Roglic, y a través de la Huesera primero y el Mirador de la Reina después, circular totalmente solo, bajo la lluvia que arreciaba, entre la niebla, corriendo una contrarreloj de montaña para poder seguir llevando un día más el jersey rojo de líder, aunque solo fuera por un segundo. «¿Cuánto le llevo todavía a Poulidor?», preguntaba Anquetil en la cima del Puy de Dôme en el Tour de 1964. Le respondieron que catorce segundos. «Todavía me sobran trece», respondió. A O'Connor le sobraron cinco, aunque no parece que será suficiente como entre los dos rivales franceses, pero sale de los Lagos todavía como líder, una verdadera proeza que, esta vez sí, parece tener fecha de caducidad. Sabe, entre otras cosas, que si los comisarios de la UCI no hubieran sido estrictos con Roglic en la víspera, cuando fue sancionado con veinte segundos, el jersey rojo lo llevaría puesto el esloveno.

Los que tenían que probar, probaron

Tras circular con el río Sella siempre vigilante, entre los escarpados paisajes asturianos, a veces metidos en gargantas sobrecogedoras, quien tenía un gramo de fuerza intentaba lo posible y lo imposible. Lo hizo Mikel Landa, «para ver si fallaba alguno de los favoritos, pero no ha fallado nadie». Lo hizo también Marc Soler. «Lo hemos probado en el Collado Llamena. He tirado más que otros, pero en otras ocasiones han sido otros los que han tirado. Y a ver si con la ayuda de todos vamos recortando».

Bajaron el ritmo, casi por respeto reverencial, cuando en el descenso circularon por delante del caído Van Aert, sentado todavía en la parte trasera del coche de su equipo, rumiando la desgracia. A Roglic no le hacía falta probar, podía pasar la etapa siguiendo la rueda de sus colegas más necesitados, como Landa, porque «cada día que pasa es más difícil pero también cada día hay menos que perder». Le podían llevar camino del jersey rojo en la silla de la reina. Estuvieron a punto, pero O'Connor sigue ahí, aunque nadie pierde la esperanza. ¿Podrá desbancar a Roglic? «Ojalá», responde Mas.

Mientras, O'Connor ya no tan contento como al llegar, tiene que regresar a la cima de los Lagos de Covadonga casi una hora después, aunque esta vez en coche, para recibir el jersey de líder. Le habían dicho que bajara hasta los autobuses, a pie de puerto, pero se equivocaron en el mensaje y, sin ducharse todavía, tuvo que hacer otra vez el camino.