Nico Rodríguez, el currante al que la vida puso a prueba

x.r. castro

DEPORTES

OLIVIER HOSLET

Jugó al fútbol con Thiago, cogió miedo en la vela tras una caída y estuvo a punto de abandonar

05 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El camino hasta el bronce olímpico no fue fácil para Nicolás Rodríguez García-Paz (Vigo, 1991). Varias veces el destino le puso a prueba. Tanto de niño, como de adulto, pero fue capaz de sortear todos los envites para acabar cumpliendo el sueño. A muy pocos el destino le ha puesto tan a prueba, pero su privilegiada cabeza siempre le llevó a elegir el camino que conducía hacia el podio olímpico. Con trabajo, dedicación y sosiego.

La primera piedra en el camino —para apostar por la vela— le llegó muy rápido, en temprana edad escolar en el Colegio Los Sauces y en forma de balón. Nico, celtista hasta la médula, jugaba al fútbol sala en el equipo del colegio, en donde tenía como compañero a un tal Thiago Alcántara, con quien compartía aula, y que también contaba con Rafinha Alcántara, entonces portero y un par de años más pequeño que ambos. Tal era la conexión entre ellos, que Mazinho, campeón del mundo y entonces jugador del Celta acudía a los cumples del medallista de bronce. Al piso de los Rodríguez García-Paz.

La caída en un embalse

Cambiar el fútbol por la vela no fue nada sencillo, por su apego con el deporte de la pelota y por el nivel de sus amistades más directas, pero el abuelo de Nico era marino mercante y al padre le tiraba la pesca, una mezcla que lo empujó al mar, por eso entró en contacto con el mundo de la vela cuando tenía ocho años y desde sus primeros tiempos demostró tener aptitudes, pero cuando estaba arrancando también hubo un contratiempo que puso en peligro el futuro. En una regata en Portugal, en un embalse, cuando estaba compitiendo, tuvo que soportar una tormenta muy grande, que le hizo caer y tragar mucha agua. «Colleulle medo», recuerda su hermano Miguel. Por eso estuvo un año y medio alejado de las regatas.

Pero sus amistades le recuperaron para el mundo de la vela y enseguida llegó el espaldarazo de los resultados: el primero, el campeonato de España de Optimist, luego llegó el primer barco de equipo, el 420, con buenos resultados. Fue en esta clase en donde compitió por primera vez con Jordi Xammar. «Enseguida viu que se lle daba ben e que os resultados acompañaban».

El tercer obstáculo que tuvo que salvar fueron sus compañeros en barcos de equipo. Porque por razones ajenas al mundo del deporte y las relaciones personales, fue perdiendo a todas sus medias naranjas: el primero abandonó la vela por motivos familiares, el segundo porque los estudios de Medicina no le dejaban tiempo para entrenar y así sucesivamente.

El momento más crítico

Con el último muro le llegó el momento más crítico y que a punto estuvo de poner punto y final a sus días de vela. Con Nahuel Rodríguez inició un proyecto en la clase 470 que le llevó a trasladar su residencia a Canarias. Nico, odontólogo de profesión, ejercía por las mañanas en una clínica, para poder llegar a fin de mes, y entrenaba por las tardes, pero los buenos resultados no tenían correspondencia con las exigencias económicas, para desplazarse a las competiciones, y el vigués tuvo que dejarlo.

Fue entonces cuando la salida laboral se convirtió en prioritaria en su vida. «Un día chamou e dixo: ‘Deixo a vela'. Eu díxenlle que nin se lle ocorrera», recuerda su hermano mayor, que le invitó a tomarse un tiempo de descanso.

Coincidió aquello con la conocida oferta de trabajo para ir a ejercer de odontólogo a los Países Bajos y seguir con la vela, pero de otro modo, en aquel país. Pero antes tenía que pasar por el Tirol austríaco para aprender a hablar correctamente el holandés y fue ahí en donde apareció el compañero que tanto estaba buscando. «Chamou Jordi de casualidade, e de casualidade chegamos ó bronce», dice su hermano, que recupera que en un primer momento Nico tuvo dudas de seguir con sus sueño o asegurar su futuro laboral.

Porque en casa había dudas. Sus padres le empujan a firmar el contrato y comenzar a trabajar y su hermano Miguel a que apostase por su sueño. «Lémbrome de dicirlle: ‘Como non collas esta oportunidade pégoche dúas hostias'. É a túa paixón, vai por iso, que dentista poderás ser toda a vida». Y la amenaza funcionó.

Y el resto de la historia ya es conocida. Cinco años instalado en el podio con tres medallas en Mundiales, otras tantas europeas y el bronce olímpico.

Potenciar sus virtudes

Todo en un ciclo en donde Nico sacó a relucir sus principales cualidades. «Nico é un currante. Hai xente que se lle dá ben algo porque é moi boa, pero o que ten el é unha capacidade de traballo brutal, tamén de aprender e tamén unha capacidade didáctica moi grande». Él ha sido el punto de equilibrio y de sosiego ante un torbellino como el regatista catalán. Su cabeza, la de Nico, ha sido parte fundamental para el triunfo de un tándem que nació con una llamada telefónica desde el aeropuerto de Río. «Una parte de nuestro equipo tiene esto. Tener dos formas de ser distintas es algo que, bien llevado y siendo conscientes de ello, funciona. Porque tenemos los mismos objetivos y sabemos que el trabajo es el camino. Las cosas en el equipo siempre están muy claras. Con dos personas distintas se puede triunfar», analizó ayer el vigués. Y tanto.

La cultura del esfuerzo

El complemento perfecto. Nico ha sido el complemento perfecto en la dupla con Jordi Xammar, con quien compitió por primera vez en la clase 420. El vigués puso la tranquilidad, el sosiego e ingentes dosis de esfuerzo para llegar al podio olímpico.