El partido tuvo tres fases claramente definidas. En la primera, Novak Djokovic da la sensación de estar lesionado, de estar mal y de no poder moverse con soltura y Pablo Carreño se encuentra, desconcentrado, ante un rival que no se esperaba. Gana el primer set 6-4 y a punto de ponerse 3-1 en el segundo, el serbio cambia por completo y empieza a jugar como el número uno que es. Parece que Djokovic vuelve a las andadas de sus primeros partidos contra Nadal y otros grandes rivales, cuando se dedicaba a montar numeritos de que estaba enfermo y, cuando el oponente se relajaba, se recuperaba milagrosamente y jugaba con toda su intensidad. Nadie que viese el partido puede entender qué sucedió en esa pista de París. Tampoco Pablo Carreño que, sorprendido con el repentino cambio, acabó perdiendo el set y poniéndose 3-0 abajo en el tercero.
A partir de ahí empezó el verdadero partido y los dos jugadores dieron el 100 %. Ritmo trepidante en un encuentro que terminó con dos sets muy duros, con peloteos largos y muy exigidos. Pablo tuvo muchas opciones a pesar de perder el tercero y, en el cuarto, acabó prevaleciendo la agresividad de Novak. Algo que quizá le falte un poco al tenista español. Fue un partido muy vistoso en ese último set y extraño en el resto. Hemos vuelto a ver esa imagen de Djokovic por la que se queja de que no tiene el cariño del público, cariño que sí tienen jugadores como Nadal o Federer. La explicación está en este tipo de comportamientos que tiene el serbio. Pablo tuvo un nivel excepcional, demostrando que es un jugador excelente, pero cuando el número uno juega al nivel del número uno es muy difícil de superar.
