Javier Varela
El 20 de febrero de 1992 cambió la vida de Blanca Fernández Ochoa y del deporte español. Aquel jueves ya es parte de la historia y significó el principio de una leyenda. El día era precioso en Albertville y Blanca sabía que era su momento. Años después confesó que se había estudiado el recorrido y que le gustaba aquella nieve y la pendiente. Cosas de esquiadores. La sombra de lo ocurrido cuatro años atrás en Calgary (Canadá) merodeaba por aquellas montañas francesas y en la cabeza de la esquiadora española.
En 1988, cuatro años antes, en los Juegos celebrados en Calgary tuvo la medalla de oro al alcance de su mano, pero en la segunda manga perdió el control del esquí interior y se cayó. Esta vez no podía fallar y para eso se concienció. «Era la última oportunidad, porque me retiraba. El fantasma de los anteriores Juegos era muy pesado», recordaba cada vez que rememoraba aquel jueves de febrero. Pero no erró. Superó sus miedos y triunfó. Arropada por sus siete hermanos, que hacían ondear las banderas españolas y cantaban las canciones que le gustaban a Blanca, la española entró en el Olimpo.