Si el fútbol es un estado de ánimo, el Real Madrid vive el momento de mayor felicidad de los últimos años. Todo es armonía en el club blanco, inmerso en lo que los anglosajones llaman flow. Valga de ejemplo la situación anímica a la que han llegado junto a Ramos sus dos jugadores más importantes, Cristiano Ronaldo y Kroos.
El astro portugués ha hallado la felicidad en el reconocimiento público. Solo a partir de ser hegemónico en el Balón de Oro en su competencia con Messi ha encontrado la estabilidad necesaria para no convertir cada partido en una reivindicación personal, en una situación de estrés constante en la que se sentía obligado a jugar de Superman. Con la felicidad que le da su ego satisfecho, se ha convertido en un jugador que ahora sí transmite tranquilidad a sus compañeros y una contundencia pocas veces vista en la historia del fútbol. El complejo que tenía Salieri frente a Mozart, su asunción de segundón, ha quedado superado.
Kroos ha encontrado en el Real Madrid todo aquello que se le negó en su país de origen. Fruto de la dictadura de los cronómetros, pulsómetros y demás, que medían a los jugadores en los laboratorios y no en los campos, no tuvo el reconocimiento de lo que realmente es el mejor jugador alemán de los últimos 20 años. Las tópicas y cansinas consideraciones científicas contaminaron el ojo de la dirección del Bayern llevándolos al suicidio. Sin Kroos el Bayern de Múnich se dio un tiro en el pie para pelear de verdad por la Copa de Europa, mientras el Real Madrid tiene en sus filas al último centrocampista que hereda el legado de los Xavi, Iniesta o Pirlo.
El tercer factor definitivo para el equilibrio emocional lo trae el papel que tan bien encarna Zidane como entrenador arquetípico del Real Madrid. Nos lleva al último técnico ganador del equipo blanco, Vicente del Bosque, y muestra el mismo perfil: poco ego, poca exageración tacticista y mucha preocupación por que el jugador se sienta feliz.
Esta generación extraordinaria de jugadores ha puesto los puntos sobre las íes eliminando pasadas posibilidades de hacerlos jugar como mendigos en aras de una supuesta competitividad. Que un entrenador pueda llamarle a Benzema gato que no caza ratones ha pasado a ser prehistórico.
Tendrá como rival una Juve que llega en similar estado de excitación y fluidez. Ha unido a su habitual capacidad competitiva un gusto por jugar bien como algo práctico que no es más que el legado de la abrumadora hegemonía del fútbol español en los últimos años. La Juve también ha descubierto que para competir hay que jugar. Y para eso ha unido a sus virtudes de siempre una excepcional salida del balón y jugadores del corte de Pjanic o Dybala que le dan más vuelo a su juego.
Será una gran final con sabor a fútbol español.