Las canas de un banquillo

Antón Bruquetas LOS BUENOS Y LOS MALOS

DEPORTES

06 mar 2017 . Actualizado a las 22:37 h.

No hay un profesional con más poder que un jugador de fútbol y no hay un jefe más volátil que su entrenador. Lo contratan para sacar el máximo rendimiento a una plantilla, pero debe asegurarse de que esos futbolistas interiorizan su idea. De lo contrario, está acabado. Poco antes de que se empezase a difuminar la aureola que lo acompañó en el Athletic, tan solo 24 horas después de perder la final de Copa del 2012 ante el Barça por 3-0, Marcelo Bielsa dio sentido a esa frase. Al día siguiente citó al equipo para confesarle a sus chicos que estaba avergonzado. No por haber perdido aquel partido, sino por la forma en que lo habían perdido. «No jugamos para ganar, porque para jugar para ganar, muchachos, hay que hacer lo que uno planeó que haría, creyendo que eso permitiría el triunfo. Y no lo hicimos», les dijo. En un negocio tan industrializado, los exámenes se resuelven por milímetros. Con que un mínimo porcentaje de un equipo se desconecte, el rendimiento se evapora. Es la famosa intensidad de Zidane. El discurso del francés irrita a sus colegas, porque implica un reduccionismo exagerado. Pero a estos críticos con el técnico del Madrid les costará un riñón explicar la resurrección del Leicester.

Los entrenadores no solo se examinan con sus futbolistas. Lo hacen también con la grada y con la persona que los contrata, que suele ser un aficionado más. Y los forofos, sean de la clase que sean, encierran un pecado: miman a sus ídolos, que siempre visten de corto. Solo así se explica que al mejor equipo de la historia, el que ideó Guardiola, lo hayan rebautizado como el Barça de Messi.

Esa compleja vida en permanente estado de debilidad se cuantifica en las canas que Luis Enrique ha acumulado durante los últimos tres años, justo el tiempo que va a durar su notable ciclo en el Camp Nou. Paradójicamente, ahora que ha anunciado que se marcha, le empiezan a llover elogios, como si solo a los muertos se les pudiese dar cariño. Supongo que el asturiano no tardará en volver, porque, pese a todo, los entrenadores se llenan de melancolía cuando se alejan de la banda. Pepe Mel, sin ir más lejos, pidió un regalo singular para el pasado 28 de febrero, el día en que cumplía 54 años: necesitaba un equipo.