El aprendizaje del ping-pong, el aprendizaje de la vida

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

07 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En un viaje en coche con su familia por California, Guido Mina di Sospiro se topó por casualidad en Big Sur con la biblioteca Henry Miller Memorial, donde no pudo evitar reparar en una mesa de ping-pong, al hilo de la cual se enteró de que el autor de Trópico de cáncer jugaba en ella al tenis de mesa y que incluso compartió allí partida con Bob Dylan, pese a que no se caían del todo bien. Mina di Sospiro retó a su hijo Pietro, al que creyó que podía ganar cómodamente. Pero no fue así. Y esa humillación -y el ejercicio físico que le prescribió poco después el médico- lo devolvieron a una afición que había disfrutado en su juventud. Se apuntó en un modesto centro cívico para poder practicar ping-pong con cierta asiduidad y en aquel club se produjo la verdadera epifanía: vislumbra lo lejos que está de ser un buen jugador, deja que aplasten toda su arrogancia y emprende una ambiciosa aventura existencial que lo llevará a comprender la humildad que aconseja toda disciplina de conocimiento y autoconocimiento, la apertura de mente que se precisa para recibir verdaderas lecciones de vida. Y es que es un deporte, comprenderá, que hace desaparecer todas las barreras, incluso las del idioma: «Todos hablamos la lengua franca del tenis de mesa».

Aunque empieza por creer que es una cuestión que se reduce únicamente a vencer al rival -echa mano de los clásicos De la guerra del militar prusiano Von Clausewitz y El arte de la guerra de Sun Tzu-, enseguida se embarca en una empresa más audaz para profundizar en saberes de la filosofía oriental (sufismo, taoísmo o zen, herramientas aptas para desafiar «nuestras concepciones mentales» y la vieja geometría euclidiana) como los que ofrecen las complejas guías del I Ching, el libro de las mutaciones, o del pensamiento y las obras de Platón, Aristóteles, Jung, Johan Huizinga, Idries Shah, Huxley, Jalal ad-Din Rumi, John Locke o Nizami Ganjavi.

Por supuesto, la obsesión de Guido Mina di Sospiro no se queda en lo puramente abstracto, en ahondar en los aspectos y motivaciones más hondos del ping-pong, sino que persigue el perfeccionamiento del juego, ese «matrimonio alquímico entre efecto y velocidad», por lo que no evita -al contrario- ni las explicaciones físicas ni los secretos técnicos (tampoco las cuestiones más prosaicas relacionadas con el material y la mera fabricación).

Admirador de los jugadores chinos, Mina di Sospiro -novelista nacido en Argentina, criado en Milán y afincado en EE.UU.- acaba visitando China, pero, como, recuerda, escribió el autor chino Lin Yutang: «Un buen viajero es aquel que no sabe adónde va, y un viajero perfecto es aquel que no sabe de dónde viene».