Toda una vida en las canchas del baloncesto. La ACB, tan alejada de la realidad a veces, ha estado atenta a un clamor que se extendió durante la última edición de la Copa del Rey: los gestos de admiración y el unánime reconocimiento de la figura de Aíto García Reneses, el técnico que a sus 69 años mantiene intacta la pasión por un deporte al que ha dedicado toda su vida, el entrenador eterno, el maestro capaz de innovar en sus inicios, a mediados de los años setenta, y de seguir haciéndolo ahora, en el 2016. No importa que la ACB haya tenido que hacer equilibrios para encontrar una efemérides un tanto impostada -cincuenta años ligado al baloncesto profesional, como jugador, entrenador o mánager general-, pero igualmente merecedora de un homenaje, del agradecimiento eterno al técnico que nos descubrió el cuatro abierto, las rotaciones, la intensidad, el aprovechamiento del triple... el maestro de varias generaciones de entrenadores, orgullosos de reclamarse discípulos de don Alejandro.
Siempre en la vanguardia de un deporte en continua evolución, Aíto ha acunado los inicios de jugadores emblemáticos en la historia del baloncesto español. Desde el Jiménez del legendario Cotonificio hasta, ya en Sevilla, la última perla de la NBA, Kristaps Porzingis. Pero también a Pau Gasol y Navarro, o antes Epi, Sibilio, Solozábal, Montero, Ferrán Martínez, Villacampa... o la refrescante apuesta del Joventut, en su segunda época en la Penya, con Ricky Rubio, al que hizo debutar antes de cumplir los 15 años, y Rudy Fernández.
Independiente, metódico y educado, podía haber aprovechado su estancia en el Barcelona -donde por cierto sufrió algunos episodios de incomprensión por parte de aquellos para los que la derrota es siempre el fracaso- para perpetuarse en los banquillos de grandes proyectos o aferrarse a una selección que bajo su batuta protagonizó la mejor final olímpica que se recuerda, cuarenta minutos para recordar durante toda una vida. Podría haberse refugiado en una trayectoria única para eludir aventuras tan arriesgadas como entrenar al Joventut de mediados de la década pasada, al Cajasol o al Gran Canaria, pero Aíto parece caminar a impulsos del juego, la curiosidad, la creación... nada que ver con el triunfo o la derrota, el fracaso o el éxito. Por ahora se ha ganado el reconocimiento del baloncesto. No es poco.