Un «tío grande»

Lorena García Calvo
Lorena García Calvo VIGO / LA VOZ

DEPORTES

XOAN CARLOS GIL

El piloto moañés dejó grandes momentos sobre el asfalto, pero sobre todo amigos que destacan su buen carácter y profesionalidad

21 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Vitalista, amable, cariñoso, metódico y siempre dispuesto a trabajar duro y a pelear por sus metas. Así era Dani Rivas (Moaña, 1988), el hombre al que su padre, Willy, quiere que se recuerde «como un gran piloto, pero sobre todo como una gran persona. Un tío grande». Un enamorado del deporte y de su gente que luchó para salvar cada obstáculo que se interpuso en su camino, y que se quedó a las puertas de conseguir su mayor sueño, hacerse un hueco en el Mundial de MotoGP.

Dani no tenía ni cinco años cuando se subió por primera vez a una moto. Su padre, que había competido en el nacional de motocrós, le metió el gusanillo en el cuerpo, así que para el moañés moverse sobre dos ruedas era algo natural. A pesar de ello, tardó algún tiempo en decantarse por la gasolina, puesto que la bicicleta también le gustaba, y de hecho llegó a proclamarse subcampeón de España de descenso en BTT.

Fue con 17 años cuando se dio cuenta de que lo suyo era la velocidad. Debutó en las categorías de promoción en la Copa Movistar que dirigía Alberto Puig, y poco a poco se hizo un sitio sobre el asfalto. Fue subcampeón de Europa de velocidad Supersport Júnior y se convirtió en el primer piloto en ponerse a los mandos de una montura de Moto2 allá por el año 2009. El equipo Blusens BQR desarrolló la primera moto de la categoría y él la estrenó en pista en el Campeonato de España de Velocidad.

Dani se estaba haciendo un nombre en las pistas, pero también fuera de ellas. «Nadie que le conozca hablará mal de él. Era una de esas personas que se hace querer, nunca tenía una mala cara. Su padre y él eran de los más queridos del paddok», cuenta Edu Salvador, su director deportivo en el Easyrace.

Alegrías y reveses

En Moto2 Dani Rivas acumuló un buen puñado de alegrías y también algún disgusto, como el que se llevó en 2010 cuando, tras liderar el nacional de velocidad durante el arranque del campeonato, concluyó cuarto. Fue también en esa categoría donde probó las mieles del Campeonato del Mundo sobre el asfalto de Jerez o Brno. Y también donde en 2013, en Silverstone, sufría un accidente que le obligaba a tomarse con calma su vuelta a las pistas. El susto en el circuito británico llegaba meses después de que Dani se planteara su retirada del mundo del motociclismo. La falta de apoyos económicos le había desanimado, aunque su padre, una figura fundamental en su vida, le sirvió de nuevo de apoyo y una firma de Moaña le respaldó.

Y es que la carrera de Dani Rivas fue un constante superar obstáculos. «Tenía un gran talento, pero no pudo tener continuidad», recordaba ayer uno de sus numerosos amigos. Porque, si algo se granjeó Dani en el asfalto y fuera de él, fueron amistades, como las del futbolista Iago Aspas o la del también piloto Néstor Jorge, que falleció el pasado enero tras siete años de lucha contra las secuelas de un accidente sufrido años atrás.

Tras quemar kilómetros en Moto2, el año pasado Dani había apostado todas sus fichas a la categoría de Superbikes, en la que disfrutó hace apenas unas semanas de su último podio. Fue en Aragón, con un segundo puesto, como el moañés se despidió del asfalto español. Ese en el que se ganó el respeto de los profesionales y el afecto de la gente. El mismo en el que su nombre quedará escrito. Para siempre.