Con el frac puesto y sin más esfuerzo que el necesario. No fue el Barcelona más generoso, ese equipo total que se maneja en cualquier registro, capaz de convertir un partido en un rondo infinito o de ganar a la contra. Cuatro minutos fueron suficientes para que Iniesta, otra vez, repartiera el primer caramelo en una final, su cuarto título de Champions. Aparentemente, asunto resuelto. Iniesta, presente en cuatro títulos y dos tripletes, se inmiscuyó en la fiesta de Messi y destrozó el plan inicial de una Juve valiente, pero de potencial más aparente que real. El campeón italiano se sabía inferior, pero peleó con el orgullo de un grande y puso en apuros a un Barcelona más cicatero de lo esperado. Porque, en el fondo, era tanta la diferencia entre uno y otro, que el conjunto italiano bastante hizo con sobreponerse a su condición de víctima frente a un rival excesivamente calculador en los esfuerzos con respecto a su pasado más cercano y sin la estabilidad defensiva como para moverse con soltura con un marcador corto.
Ganó con justicia el Barcelona, quizá porque no hay nada tan justo como que el campeón de la Champions responda al grupo más lustroso de la temporada, a ese que encarna como ningún otro el talento. A un equipo que ya forma parte de la leyenda.