España escuchó silbidos en todos los estadios.En Brasil, pitar es tan natural como hablar portugués
29 jun 2014 . Actualizado a las 19:31 h.Si pudiéramos resumir las dos últimas visitas de la selección española a Brasil en un sonido, este, sin duda, sería el pitido. Tanto en la Copa Confederaciones como en el Mundial, la selección de Del Bosque ha escuchado el silbido en todos los estadios en que ha jugado. Bastaba tener la posesión del balón para que empezasen las manifestaciones. Nunca se ha silbado tanto contra un único equipo, durante tanto tiempo. Cuanto más largo era el tic tac, más extensa era la pitada de los hinchas, que en estos momentos no parecían tanto hinchas, sino con espectadores aburridos de un espectáculo malo de chistes.
De cierto modo, la pitada ha contribuido a colapsar el sistema nervioso del conjunto español. No debe haber sido fácil a los jugadores actuar con el balón en los pies y un silbido constante en el oído, sin quedarse mínimamente perturbados, desconcentrados, molestos. Poco a poco, las pitadas de los brasileños fueron ensordeciendo el fútbol de España, además de dejarlo mudo y sin ecos. No obstante, con aplausos e incentivos todo podría haber ser distinto, y tal vez esta generación siguiera generando algo.
España fue pitada en Brasil porque era fuerte, campeona y favorita, requisitos más que suficientes para que se emita el sonido monocorde. Pero en el país anfitrión de la copa del mundo también se pita al débil, al propio equipo, al ídolo que falla. Todos pueden pitar, todos pueden ser pitados, basta que estén vivos.
Pitar en Brasil es tan natural como hablar portugués. Es un gesto anárquico, más de mofa que de protesta, hecho más por diversión que por ideología. Hasta los fenómenos naturales pueden ser pitados, como ya ha sucedido en Fortaleza, en 1942, durante una dura temporada de sequía. Cuando parecía que finalmente la lluvia iba caer sobre la capital cearense, vino el sol, inclemente e inoportuno. Fue pitado, claro. Como ya decía el cronista y dramaturgo Nelson Rodrigues, «el brasileño pita todo, hasta un minuto de silencio».
Se pita a todas sin excepción
Pitan a todas las hinchadas, unas más, otras menos, pero todas pitan, sin excepción, sea en el inicio, en la transcurso o en el desenlace de los partidos; sea para criticar, provocar o para entretenerse consigo mismas, como niños inquietos que hacen bromas en el cine.
La selección también ha oído gritos como «olé, olé, olé», y «eliminado, eliminado, eliminado», expresiones que se dicen siempre que la pitada ha cumplido su deber de desnutrir el oponente. Y la prensa, como no puede pitar, ni gritar, ha comentado la caída de España con una sonrisa discreta, medio sádica, medio sarcástica. Entre los periodistas brasileños, sin embargo, el tiki-taka español nunca ha tenido unanimidad. Quizá porque, aun que muchos no lo admitan, este era el ritmo del fútbol de Brasil, un estilo de juego que la selección canarinha dejó justamente en España, tras la derrota contra Italia en el Mundial de 82.
Para jugar en Brasil, quizá España ahora lo sepa, es necesario no solo adaptarse al clima y a los campos anchos, sino también a una hinchada que poco canta y casi nunca tiene contemplaciones. Argentina, por razones obvias de rivalidad, también está siendo víctima del sonido. Pero la selección más pitada en Brasil, al largo de la historia, es la propia selección brasileña. Del conjunto nacional, los brasileños no admiten nada que no sea increíble e inolvidable. Más que un deporte, el fútbol en Brasil es un narcótico, una manera desesperada de intentar alcanzar al nirvana.