La última vez que José Mourinho pisó el césped del Camp Nou en un partido de Champions sus carreras hicieron llover. En esta ocasión, el encargado del riego del estadio podrá dejar tranquilo el botón de los aspersores pues es poco probable que el técnico portugués repita celebración.
La dificultad de asistir a un nuevo acto de júbilo del luso no guarda relación con la ventaja culé en el marcador sino con la restricción de acceso al campo con la que la UEFA castigó a Mou tras ser expulsado en el duelo de ida por su reacción a la roja a Pepe.
El entrenador deberá dejar bien claras sus instrucciones antes de que empiece el choque de esta noche, porque no tendrá ocasión de hacerlo una vez que el balón esté en movimiento. La normativa de la competición impide incluso el contacto a través del móvil de un técnico sancionado con su banquillo (estrategia que el portugués utilizó en Liga en el Molinón). Tampoco podrá hacer llegar papelitos con instrucciones a sus jugadores, como hizo el sábado ante el Zaragoza.
En Barcelona, Mourinho estará aislado en uno de los palcos vip del estadio. Ubicación que le evitará los silbidos y abucheos con los que le recibe tradicionalmente la grada del Camp Nou, en esta ocasión aún más enfadada que de costumbre con el de Setúbal. No han sentado bien sus continuas puyas al Barça y a Guardiola entre la afición del club en el que un día ejerció de traductor.
Tiempos olvidados para uno de los preparadores más laureados del mundo, que afronta uno de los mayores retos de su carrera. Su teoría de que existe una conspiración contra el club blanco ha calado entre la directiva y la hinchada, pero Florentino pagó cara la contratación del chico especial para acabar con la hegemonía culé. Y una Copa del Rey no parece demasiado fruto si finalmente Guardiola se queda con la Liga y la Champions (Wembley de por medio). Mou estará en manos del equipo, aislado en su pecera.